El audaz plan de Elon Musk: construir un imperio en Marte con su “Legión Infantil”

Elon Musk no solo construye cohetes a Marte. Está construyendo un imperio biológico, un niño a la vez.

Oculta tras los lanzamientos de SpaceX, las innovaciones de Tesla y las controversias políticas, se esconde la misión más íntima y audaz de Musk: poblar un futuro multiplanetario con su propia descendencia.

Y, según mensajes revelados por Ashley St. Clair y otras personas cercanas al multimillonario, esto no es una metáfora. Es literal. Elon Musk, el hombre más rico de la Tierra, quiere crear una “legión de niños” para asegurar la supervivencia de la humanidad en Marte, y lo dice muy en serio. En el centro de esta misión se encuentra una agenda profundamente personal, controvertida y profundamente privada.

Musk ya ha sido padre de al menos 14 hijos reconocidos públicamente con cuatro mujeres, incluidas la estrella del pop Grimes y la ejecutiva de Neuralink Shivon Zilis, pero según múltiples fuentes, incluidas ex parejas, mensajes de texto y documentos revisados ​​por observadores cercanos, el número real de hijos que Musk ha engendrado es probablemente mucho mayor.

Estas revelaciones, una vez susurradas a puertas cerradas, ahora están saliendo a la luz y pintan una imagen de un hombre cuya búsqueda de un legado es tan expansiva como su búsqueda de Marte.

En conversaciones con Ashley St. Clair, Musk se refirió a sus hijos como una “legión”, un antiguo término militar romano que evoca ejércitos de miles de hombres, utilizados para conquistar y difundir influencia.

En un impactante mensaje de texto durante su embarazo, Musk le dijo a St. Clair: «Para alcanzar el nivel de legión antes del apocalipsis, necesitaremos usar gestantes sustitutas».

Reflexionen sobre eso. No si el apocalipsis ocurre, sino antes de que ocurra. Para Musk, el mundo no solo está cambiando, sino que se está derrumbando.

Ha hablado abiertamente sobre el colapso demográfico, describiéndolo como una amenaza mayor que el cambio climático o la guerra nuclear.

Para él, la civilización no se está extinguiendo por la guerra ni la hambruna, sino porque la gente no tiene suficientes hijos.

Y Musk cree tener una solución: crear más humanos. Humanos más inteligentes. Sus humanos.

Su visión está respaldada no solo por la ideología, sino también por el imperio. SpaceX, su compañía de cohetes, existe para transportar la civilización a Marte. Tesla y sus otras empresas generan el poder financiero para financiarla.

Neuralink, su proyecto de interfaz cerebro-computadora, insinúa un futuro donde humanos mejorados podrían prosperar en el espacio.

Pero nada de esto importa, argumenta Musk, si no hay personas para poblar ese futuro. Dicho claramente: Musk se ve a sí mismo como el fundador de una dinastía marciana.

Sus hijos, descendientes de diferentes mujeres, no son solo herederos, sino pilares fundamentales. Y no está esperando a que la sociedad se ponga al día. Ya está reuniendo a la “legión”.

St. Clair, quien se negó a firmar un acuerdo de confidencialidad tras dar a luz al hijo de Musk, describió cómo intentó atraerla al santuario de este proyecto.

Quería que se mudara a un complejo cerrado en Austin, Texas, donde, según se informa, viven varios de sus hijos y sus madres.

El propio Musk va y viene. El acuerdo no es una familia, es una estructura. Un sistema de control. Una incubadora para un legado. Una mujer que parece abrazar esta visión es Shivon Zilis, graduada de Yale y ejecutiva de Neuralink.

Musk le ofreció su esperma directamente, y ahora tiene cuatro hijos con él. Según fuentes cercanas, Zilis goza de un estatus especial.

Ha sido fotografiada con Musk en eventos de élite, desde cenas de etiqueta con Jeff Bezos hasta reuniones diplomáticas con el primer ministro indio, Narendra Modi.

No es solo una madre, sino una socia estratégica en la misión genética de Musk. Zilis incluso le contó al biógrafo de Musk, Walter Isaacson, que Musk la animó a tener hijos precisamente porque era inteligente. En la visión de Musk, la supervivencia de la civilización depende no solo de tener más bebés, sino de tener los bebés adecuados.

Educados, elitistas, genéticamente dotados. Es un eco escalofriante de ideas a menudo asociadas con la eugenesia, ahora rebautizada bajo el manto del “pronatalismo”, un movimiento creciente entre las élites tecnológicas que creen que la mayor amenaza existencial para el planeta es la caída de la tasa de natalidad entre las personas inteligentes.

En un caso particularmente inquietante, Musk le contó a St. Clair que en Austin lo habían contactado, según él, funcionarios japoneses pidiéndole que donara esperma a una mujer de alto perfil; nada de romance, solo genética. Más tarde afirmó haber aceptado.

Elon Musk, donante global de esperma, no fue un chiste, sino una política. Este extraño y distópico proyecto está protegido por capas de silencio legal. Según mensajes de texto y documentos revisados ​​por periodistas, Jared Birchall, el intermediario de Musk, ha presionado a varias mujeres para que firmen acuerdos de confidencialidad como condición para recibir apoyo financiero. Si se niegan o buscan asesoría legal externa, se les aplicarán medidas económicas.

Birchall le dijo a St. Clair sin rodeos: “La privacidad y la confidencialidad son lo más importante en cada aspecto de la vida [de Musk]… Los beneficios fluyen cuando la gente hace un buen trabajo”. Buen trabajo, en este contexto, significaba traer al mundo a los hijos de Musk.

Pero no todos guardan silencio. St. Clair afirma que otra mujer que Musk había reclutado a través de su propia plataforma, X, la contactó para tener un hijo suyo.

Ella lo llamó “drama de harén”, un término que capturaba la inquietante mezcla de deseo personal y estructura institucional. Musk no solo estaba expandiendo una familia. Estaba orquestando una maquinaria reproductiva, con él mismo en el centro.

Su hija distanciada, Vivian Wilson, hija de su primera esposa, Justine Musk, declaró recientemente a Teen Vogue que ni siquiera sabe cuántos hermanos tiene. Vivian, quien es transgénero, ha roto vínculos con Musk, supuestamente debido a que este se niega a aceptar su identidad.

Justine Musk tuvo seis hijos con Musk, uno de los cuales murió de bebé. Si a eso le sumamos los tres de Grimes, los cuatro de Zilis y el uno de St. Clair, la cifra sigue aumentando.

Incluso Grimes, una de las socias más públicas de Musk, se ha vuelto cada vez más expresiva. Recientemente, le rogó a Musk en X que la ayudara durante una emergencia médica que afectó a uno de sus hijos, después de que este se negara a colaborar.

También condenó su decisión de exhibir a su hijo, llamado X, en televisión nacional durante una aparición en el Despacho Oval, calificándola de irresponsable y peligrosa.

Y aun así, Musk continúa. En discursos, entrevistas y mensajes privados, ha dejado claro que considera la tasa de natalidad la principal amenaza para la civilización.

En una conferencia sobre inversiones en Arabia Saudita, declaró: «Si no se crean nuevos seres humanos, no hay humanidad… Tengo muchos hijos y animo a otros a tener muchos».

Cuando se le insistió más, simplemente dijo: «Hay que predicar con el ejemplo». Pero, ¿quién predica exactamente con el ejemplo y a quién se pisotea? Esa es la pregunta que se plantean mujeres como Ashley St.

Clair ahora está entrando con fuerza en la conversación pública. En un mundo en el que Elon Musk está dando forma no solo al futuro de la energía y el espacio, sino también a la reproducción humana misma, la cuestión del consentimiento, la autonomía y el poder se vuelve inevitable.

No se trata solo de un hombre con muchos hijos. Se trata de una de las personas más poderosas de la Tierra que usa su influencia, dinero y plataformas para forjar un nuevo futuro humano, diseñado a su imagen y semejanza, bajo sus propios términos.

Un futuro donde el amor, la elección y la individualidad corren el riesgo de ser reemplazados por métricas, meritocracias y Marte. Y como el propio Musk advirtió en uno de sus textos: «Para alcanzar el nivel de legión antes del apocalipsis, necesitaremos usar sustitutos».

La pregunta ahora es: ¿quién puede decir que no? ¿Y cuánto tiempo pasará antes de que el resto del mundo se dé cuenta de que el proyecto más ambicioso de Musk podría no ser una nave espacial, sino una dinastía.