Marcela Gándara —la voz que ha inspirado a millones de creyentes— estuvo una vez al borde de rendirse, no por falta de fe, sino por una tragedia que casi le arrebató el don que definía su vida. Durante años guardó silencio, continuó cantando sobre esperanza y redención. Pero detrás de cada nota había una herida secreta… que hoy, por fin, se revela.7

En una reciente intervención durante la conferencia “Adorar con el alma”, celebrada en Guadalajara, la reconocida cantante cristiana Marcela Gándara confesó por primera vez un capítulo doloroso y desconocido de su vida: un grave accidente automovilístico que sufrió a los 24 años, el cual casi le costó la voz… y su carrera.

Según relató, el accidente ocurrió en 2007, cuando regresaba a casa tras una larga jornada de grabación en el estudio. El auto, conducido por ella misma, patinó en la autopista debido a la fuerte lluvia, chocando violentamente contra una barrera de contención. El impacto afectó gravemente su pecho y cuello, comprometiendo especialmente sus cuerdas vocales.

“No recuerdo el momento exacto… Solo sé que desperté en el hospital y no podía hablar”, rememoró con emoción.

El diagnóstico fue contundente: daño severo en la laringe y tejidos blandos del cuello. Durante semanas, Marcela no pudo emitir palabra alguna. Su carrera, entonces en pleno auge, quedó suspendida indefinidamente. Las sesiones de grabación para su próximo álbum se detuvieron, y tanto su equipo como su familia decidieron no hacer pública la situación para evitar alarmar a sus seguidores.

Pero lo peor, contó, no fue el silencio físico, sino el emocional. Marcela cayó en una profunda crisis espiritual, llegando incluso a cuestionar su fe. “Le grité a Dios —o lo susurré con voz ronca—: ‘¿Por qué yo, Señor?’”.

En medio de esa oscuridad, comenzó un largo proceso de rehabilitación que se extendió por casi un año. Con ayuda de especialistas en terapia vocal, fonoaudiólogos y su propia perseverancia, fue recuperando poco a poco la capacidad de hablar… y eventualmente de cantar. La primera canción que logró entonar nuevamente fue “Dame tus ojos”, de Jesús Adrián Romero, la misma que había grabado antes del accidente.

Ese momento marcó un renacimiento. No solo recuperó su voz, sino que su arte adquirió una nueva profundidad. Marcela confesó que no habló antes del accidente porque necesitaba tiempo para perdonar, no a otros, sino a la vida misma. “No lo conté por vergüenza o por orgullo. Simplemente, no estaba lista.”

Su música posterior —incluyendo los álbumes El mismo cielo y Más que un anhelo— muestra un cambio evidente: las letras se tornaron más íntimas, sus interpretaciones más sentidas, y el mensaje más universal. A través del dolor, su arte se hizo más humano.

Hoy, al revelar esta historia, Marcela busca enviar un mensaje claro: “Hay heridas invisibles que nos enseñan a cantar desde el alma.”

Aquel accidente lo cambió todo. Pero desde las cenizas, Marcela Gándara resurgió no solo como artista, sino como una mujer renovada: frágil, pero fortalecida. Su historia es testimonio de que incluso cuando todo parece perdido, siempre hay una nota —una sola— que puede iniciar una nueva canción.