Elon Musk llega al límite: El obsesivo “token de amor” de Ashley St. Clair provoca un colapso público. ¡Un multimillonario amenaza con devolver el regalo mientras estalla un drama privado! Expertos impactados por el emotivo enfrentamiento y lo que revela sobre las limitaciones personales del magnate tecnológico. ¿Qué sucedió realmente tras puertas cerradas?

En un mundo donde multimillonarios operan cohetes, compran plataformas de redes sociales y planean colonias futuristas en Marte, hay algo que aún toca la fibra sensible: un regalo de un ex.

Y en el último giro dramático de la saga entre Elon Musk y la influencer conservadora Ashley St. Clair, esa fibra sensible se toca una y otra vez, por un único e inquietante objeto: un detalle de amor que Musk, al parecer, ahora desearía poder devolver y olvidarse de él.

La historia detrás del supuesto “regalo” es ya legendaria. En el punto álgido de su extraña, controvertida y muy cuestionada relación, Ashley St. Clair le regaló a Elon Musk una gorra negra “Dark MAGA” diseñada a medida: una versión gótica de la icónica gorra roja de Donald Trump, que simboliza no solo la lealtad política, sino también una intimidad compartida y rebelde.

Musk usó el sombrero en los mítines de Trump, lo exhibió con orgullo en escenarios nacionales y lo convirtió en un símbolo de poder, desafío y colaboración plagado de memes.

Pero a medida que su vínculo personal se desintegraba (con demandas de paternidad, entrevistas con los medios, acuerdos de confidencialidad, disputas financieras y ataques en las redes sociales que iban y venían), el recuerdo de ese pequeño regalo comenzó a ser mucho más grande de lo que cualquiera de las partes esperaba.

Especialmente para Ashley. Según informes, St. Clair ha mencionado repetidamente el regalo en entrevistas, declaraciones personales y documentos legales, llamándolo un recuerdo que la atormenta a diario.

Para ella, el sombrero ya no es un símbolo de afecto, sino la encarnación física de lo que ahora considera una profunda traición: un símbolo que vive a la vista del público, usado por un hombre que, según ella, se niega a reconocer el dolor privado que lo esconde.

Pero fuentes cercanas a Musk sugieren una temperatura emocional muy diferente. Según rumores en su círculo íntimo, el fundador de Tesla y SpaceX está cada vez más cansado del drama que rodea al artículo, tanto que, según se dice, ha bromeado con querer simplemente “devolver el maldito sombrero” y seguir adelante.

“Está harto”, dijo un socio familiarizado con la situación. “La gente le pregunta por este sombrero como si fuera la joya de la corona de un imperio fracasado”.

A estas alturas, preferiría devolverlo en primera clase con un lazo. Aunque Musk no ha abordado directamente los informes, su comportamiento público refleja la intención de minimizar la narrativa.

Cuando el Wall Street Journal publicó su impactante informe sobre la versión de St. Clair de su relación, Musk no respondió con declaraciones ni desmentidos. En cambio, publicó una sola frase: “TMZ >> WSJ”, desestimando todo el asunto con su característico desprecio críptico.

Para ser justos, el regalo y el significado que le atribuye— nunca tuvo que ver realmente con tela e hilo. Se trataba de intimidad, proximidad, reconocimiento. Para St. Clair, una figura en ascenso en los círculos mediáticos conservadores, el sombrero fue quizás la única prueba tangible de su breve vínculo con uno de los hombres más poderosos del mundo. Y ahora que la relación se ha diluido en documentos legales y publicaciones virales, también es lo único que puede señalar y decir: Eso fue real.

Sin embargo, ese sentimiento parece ser cada vez más parcial. Musk, en cambio, supuestamente intenta borrar los rastros del pasado, centrándose en ambiciones más amplias: dirigir X, expandir Neuralink, apoyar la campaña de Trump y, quizás lo más importante, afrontar las consecuencias de sus numerosos líos románticos, de los cuales St. Clair es solo un capítulo. «Está obsesionada con el don», señaló otra fuente.

Pero desde la perspectiva de Elon, es solo un sombrero. Un sombrero que usó. Un sombrero que olvidó. Hasta ahora. St. Clair, sin embargo, lo ve de otra manera. En su relato, el regalo ha adquirido proporciones míticas, no por lo que fue, sino por lo que representa: un momento en el que se sintió reconocida, apreciada y conectada con alguien que creía que la había elegido, no solo por la maternidad, sino por su significado.

Sus repetidas referencias al objeto —llamándolo «lo único de lo que más me arrepiento» y «el recuerdo que desearía poder borrar» han convertido al sombrero en un personaje propio.

Ya no es solo tela, ahora funciona como una metáfora de la emoción no correspondida, de lo que sucede cuando le das un pedazo de ti mismo a alguien que no tiene intención de conservarlo.

En sus entrevistas, St. Clair ha detallado el complejo costo psicológico de ver el regalo desfilando en el escenario mientras le pedían que permaneciera en silencio, que ocultara la existencia de su hijo, que aceptara dinero a cambio del secreto.

Ella dice que la carga emocional se ha visto agravada por la inestabilidad financiera (incluido tener que vender su Tesla para cubrir los costos legales), mientras que Musk, afirma, usa las redes sociales para menospreciarla y controlar la narrativa.

De hecho, el contraste es sorprendente. Musk, quien supuestamente le ofreció 15 millones de dólares y 100.000 dólares al mes para que guardara silencio sobre su hijo, Rómulo, responde a las graves acusaciones con emojis y publicaciones sarcásticas.

Ashley, en cambio, se muestra cada vez más cruda, emotiva y decidida a ser escuchada, incluso si eso implica evocar el mismo recuerdo una y otra vez. Los críticos la han tildado de repetitiva. Según informes, los aliados de Musk se han burlado de ella a puerta cerrada.

Pero su persistencia no es infundada. Ha dejado claro que no quiere que su hijo crezca sintiéndose como un secreto, y si recordarle al mundo un único regalo simbólico es la única manera de mantener viva la historia, parece dispuesta a soportar el ridículo. Mientras tanto, la postura de Musk se vuelve más compleja.

Su relación con St. Clair antes oculta, luego susurrada, ahora acaparada en titulares es solo un elemento de una tormenta de escrutinio más amplia sobre su vida personal. Con al menos 14 hijos conocidos de varias mujeres y una reputación de paternidad emocionalmente distante, la búsqueda del multimillonario por “resolver el colapso poblacional” ahora parece, para muchos, más caótica que noble.

Y así, el regalo permanece: físicamente en posesión de Musk, emocionalmente en posesión de Ashley. Un recordatorio de que incluso entre los más poderosos del mundo, los actos más pequeños pueden dejar las huellas más profundas. Mientras él lanza cohetes y construye robots, ella se aferra al recuerdo de un gesto compartido.

Una que quizá él haya olvidado. Una que ella nunca podrá olvidar. Si Musk de verdad quiere “devolverlo ya”, quizá no sea el objeto físico del que intenta deshacerse, sino el vínculo emocional que representa. Y para Ashley, esa devolución no borrará el dolor.

Solo confirmará que nunca fue un tesoro. Mientras el público observa y espera el siguiente giro de esta saga, una cosa está clara: a veces, los objetos más sencillos esconden las verdades más complejas. Y a veces, lo único que queda de una relación es un regalo… que nadie quiere conservar.