Aclamada como una de las obras más conmovedoras del cine del siglo XX, Marcelino Pan y Vino no solo catapultó a Pablito Calvo a la fama mundial, sino que también consagró a Ladislao Vajda como un genio narrativo. Sin embargo, pocos conocen la tensa relación que se forjó entre el niño prodigio y el afamado director de origen húngaro.

Durante años, la industria del cine optó por el silencio. Las entrevistas oficiales eludieron el tema y ningún medio se atrevió a profundizar. Pero ahora, gracias a una carta manuscrita hallada en los archivos del estudio CEA y testimonios del equipo técnico que trabajó en el rodaje, la verdad comienza a salir a la luz.

Un inicio dulce, pero lleno de presión

Cuando Ladislao Vajda inició el proyecto de Marcelino Pan y Vino a comienzos de los años 50, buscaba un niño con rostro angelical, sin formación actoral, que pudiera transmitir emociones puras ante la cámara. Al conocer a Pablito, dijo haber “encontrado el milagro”.

No obstante, según relata un asistente de dirección que pidió no revelar su identidad, la relación entre Vajda y Pablito se tornó tensa a medida que avanzaba el rodaje.

“Vajda era muy exigente. No creía en la espontaneidad infantil. Le pedía a Pablito repetir escenas una y otra vez —no solo por precisión técnica, sino por un ritmo emocional que él perseguía sin descanso.”

El niño que ya no quería ser Marcelino

En una carta fechada el 9 de febrero de 1955, enviada por un miembro del equipo a un periodista en Barcelona, se lee:

“El pequeño Pablito, a pesar de su corta edad, empezó a resistirse a ciertas exigencias. Lloró cuando le hicieron repetir una escena de llanto más de trece veces. Al salir del plató dijo: ‘Ya no quiero ser Marcelino. Quiero volver a casa.’”

Estos episodios, nunca antes revelados, muestran cómo el peso de la perfección impuesta minó la inocencia del joven actor, atrapado entre dos mundos: el del ícono fílmico y el del niño que solo deseaba jugar y vivir su infancia.

Un distanciamiento progresivo tras las cámaras

Después del rotundo éxito de Marcelino Pan y Vino, Pablito volvió a trabajar con Vajda en Mi Tío Jacinto (1956). Sin embargo, la incomodidad crecía.

Un productor de la época afirmó:

“Hubo una ocasión en que Pablito se negó a filmar una escena nocturna por agotamiento. Vajda explotó frente al equipo. No se hablaron durante días.”

Al llegar a la adolescencia, Pablito comenzó a rechazar propuestas del propio Vajda, incluso proyectos importantes. Expertos en cine interpretan esto no solo como un signo de madurez, sino también como una ruptura consciente con una relación profesional que él ya consideraba injusta.

Un capítulo incómodo, pero revelador

Aunque el conflicto nunca fue reconocido oficialmente, muchos coinciden en que fue uno de los motivos que impulsaron a Pablito a alejarse del cine tras Barcos de Papel en Argentina. Eligió el silencio hasta el final de su vida, pero allegados aseguran:

“Ya no quería ser moldeado por nadie. No más Marcelino. No más Vajda.”

Nadie se atrevía a decirlo —porque decirlo era desafiar una memoria colectiva.

Pero hoy, con documentos y voces que emergen del pasado, queda claro que detrás de la perfección de una obra maestra, existían conflictos humanos que una época entera prefirió ignorar.