“A los 79 años, Ramón Ayala rompe el silencio y revela sus cinco enemigos eternos”

Durante décadas, Ramón Ayala fue conocido únicamente por su acordeón, su voz grave y esa sonrisa que parecía no romperse nunca. El “Rey del Acordeón” conquistó escenarios en México y Estados Unidos, llenó estadios y dejó un legado musical imposible de borrar. Pero detrás del brillo, del aplauso y de los miles de discos vendidos, había un silencio que pesaba. Un silencio hecho de traiciones, de heridas profundas y de nombres que, hasta ahora, jamás había pronunciado.

En una entrevista exclusiva desde su rancho en Hidalgo, Texas, el artista, a sus 79 años, decidió hablar. Con una voz pausada pero firme, Ayala comenzó a contar una historia que pocos se atreverían a confesar.
“Hay cinco personas que nunca voy a perdonar”, dijo sin rodeos, mirando hacia el horizonte, como si en algún punto del cielo aún buscará una respuesta.

1. El productor que le robó su primer éxito

El primer nombre fue el de un hombre que muchos en el mundo de la música norteña aún recuerdan: Ernesto M., un productor de Monterrey que, según Ayala, se quedó con los derechos de su primera canción exitosa.
“Yo tenía apenas 24 años”, recuerda. “Le confié mi música porque creí que era mi amigo. Me prometió lanzarme al estrellato, y lo hizo… pero se quedó con todo. Cada vez que esa canción sonaba en la radio, él cobraba. Yo no recibí un peso.”

Durante años, Ramón Ayala evitó hablar del tema. Pero el resentimiento siguió creciendo. “No era el dinero —explica—, era el engaño. El saber que te usaron y después te dieron la espalda.”

2. El amigo que le dio la espalda en su peor momento

El segundo nombre pertenece a alguien que fue más que un compañero de música: Luis “El Güero” R., su amigo de infancia. Ayala cuenta que en los años setenta, cuando enfrentó problemas con el alcohol y las giras interminables, “El Güero” lo abandonó.
“Yo lo ayudé a salir de la pobreza, le di trabajo, lo llevé de gira. Pero cuando más lo necesitaba, desapareció. Le pedí que me acompañara a una presentación importante en Los Ángeles, y simplemente no llegó. Me dejó solo.”

Lo que más duele, dice, no es la traición profesional, sino el abandono humano. “Después supe que habló mal de mí, que dijo que ya estaba acabado. Nunca lo perdoné por eso.”

 

3. El empresario que lo humilló públicamente

El tercer enemigo de su lista es un empresario del norte de México, conocido por su influencia en la industria del entretenimiento.
“Fue en un concierto en Reynosa”, relata Ayala. “Yo llegué con fiebre, enfermo, pero quise cumplir con el público. Antes de subir al escenario, el empresario me gritó delante de todos: ‘¡No te me mueras aquí, viejo!’”

El público nunca lo supo, pero ese día Ayala lloró tras bambalinas. “No por el dolor físico, sino por la humillación. Nadie tiene derecho a tratarte así, ni siquiera si te paga.”

4. El periodista que lo difamó

En la lista de los imperdonables aparece también un periodista de Ciudad de México, quien hace más de veinte años publicó un artículo donde insinuaba que Ayala tenía vínculos con el narcotráfico.
“Fue la mentira más grande de mi vida”, asegura. “Nunca tuve nada que ver con eso. Pero una vez que te ensucian el nombre, ya nadie escucha tus aclaraciones.”

A raíz de esa publicación, perdió contratos, amistades y la confianza de su público por un tiempo. “Nunca me pidió perdón, y yo tampoco lo busqué. Pero cada vez que veo su cara en televisión, me acuerdo del daño que hizo.”

5. La persona que más amó

El quinto nombre, el más inesperado, hizo que la habitación quedara en silencio. Ayala respiró hondo antes de hablar.
“La quinta persona… fue alguien que amé con todo mi corazón. Una mujer que me juró amor eterno y me traicionó con uno de mis músicos.”

No dio nombres. Solo dijo que esa herida nunca cerró. “De todas las traiciones, esa fue la que más me cambió. Desde entonces, mi corazón se volvió más frío. Aprendí a cantar con dolor.”

El precio de no perdonar

Mientras el sol caía sobre el rancho, Ayala miró su acordeón y sonrió con tristeza. “Muchos me dicen que debería perdonar. Pero uno no puede perdonar lo que sigue doliendo.”

Reconoció que el rencor le ha pesado, pero también le dio fuerza para seguir creando. “Cada nota que toco lleva un pedazo de esa rabia. Es lo que me mantiene vivo.”

Su historia es la de un hombre que lo tuvo todo, pero que también lo perdió casi todo. En su voz hay una mezcla de orgullo y melancolía. “No me arrepiento de haber amado, confiado o ayudado. Me arrepiento de no haber sido más cuidadoso con mi corazón.”

El legado de un hombre roto, pero legendario

A sus 79 años, Ramón Ayala sigue tocando. Su acordeón aún suena como si el tiempo no pasara. Pero quienes lo conocen de cerca aseguran que hay un cambio en él.
“Antes, Ayala tocaba para el público”, dice un amigo cercano. “Ahora toca para su alma.”

El artista prepara un último álbum, que promete ser el más personal de su carrera. “No tendrá canciones de amor”, adelanta. “Serán canciones de verdad, de heridas y recuerdos.”

Y aunque su lista de imperdonables parece un manifiesto de dolor, hay en su mirada una paz nueva. “Tal vez algún día los perdone”, dice finalmente. “Pero no hoy. Hoy solo quiero que el mundo sepa mi verdad.”

El silencio volvió al rancho. Afuera, el viento movía los árboles mientras un gallo cantaba a lo lejos. Ramón Ayala cerró su acordeón con un golpe seco y, sin decir palabra, se levantó.

Su figura, recortada por la luz del atardecer, parecía la de un hombre que por fin había soltado un peso.
Tal vez no perdonó, pero habló.
Y a veces, hablar es el primer paso para curarse.