Durante 5 años, él la creyó muerta, una traidora que lo había abandonado. El conde vivía en un exilio de amargura, criando solo a la hija que ella le había dejado. Pero un día, en el bullicio de un mercado de esclavos, su pequeña hija señaló a una mujer encadenada y dijo las palabras que lo cambiarían todo. Papá, esa esclava es igual a mamá.
El conde se preparó para ver a una simple parecida, pero cuando sus ojos se encontraron con los de la esclava, vio a un fantasma, vio a su esposa. Esta es la historia de una mujer que fue vendida y dada por muerta, y de un conde que deberá mover cielo y tierra para descubrir la conspiración que le robó a su familia y recuperar el amor de la mujer a la que creía haber perdido para siempre.
Si ya estás deseando que la verdad salga a la luz, comenta con un emoji de corazón para apoyar a esta familia separada por una cruel mentira. Y ahora la historia comienza. Lord Julian de Beru, el conde de Ashworth, era un hombre gobernado por dos fuerzas, el amor incondicional por su hija de 6 años, Lily, y el amargo recuerdo de una traición. 5 años atrás su mundo se había derrumbado.
Su esposa Lady Serafina, la mujer que había sido el sol de su universo, lo había abandonado o eso le habían hecho creer. La historia oficial, la que él mismo había ayudado a construir para proteger el honor de su casa, era que ella había huído con un capitán de barco, un amante secreto, muriendo trágicamente en un naufragio en el canal de la Mancha.
Pero la verdad que Julian guardaba en su corazón era más dolorosa, una nota de despedida dejada en su almohada, donde ella confesaba su amor por otro hombre y su deseo de escapar de un matrimonio que la asfixiaba. La traición lo había convertido en un hombre más frío, más cínico, su corazón cerrado a todos, excepto a la pequeña Lily, el único y precioso recuerdo que le quedaba de su amor perdido.

La humillación de Julian no era pública, sino una herida privada que supuraba en la soledad de su mansión. Cada vez que miraba el retrato de Serafina sobre la chimenea, sus ojos vibrantes, su sonrisa radiante, sentía una mezcla de amor y un odio profundo por su engaño. El día en que los fantasmas del pasado volvieron para reclamarlo, Julian había llevado a Lily al mercado de la ciudad una rara excursión fuera de los confines de su finca.
Mientras compraban en un puesto de sedas, una procesión sombría pasó por la plaza principal. Era una cofla de esclavos, un grupo de hombres y mujeres capturados en las recientes guerras coloniales que estaban siendo llevados a la subasta. La alta sociedad solía apartar la vista de tales espectáculos desagradables, pero Julian se quedó inmóvil, su rostro endurecido por la aversión.
Lily, sin embargo, miraba con la curiosidad inocente de una niña y fue entonces cuando lo vio, o más bien a ella. Al final de la fila de prisioneros, una mujer tropezó y cayó al suelo embarrado. Estaba delgada, demacrada, su vestido reducido a arapos y su hermoso cabello rubio del color del sol de verano estaba sucio y enmarañado.
Los guardias la obligaron a ponerse de pie con un brusco tirón de la cadena que llevaba en las muñecas. “Papá!”, susurró Lily tirando de la manga de su padre. “Papá, mira!” Julian siguió la mirada de su hija. Es una escena triste, querida. No mires”, dijo intentando apartarla. “No, papá”, insistió Lily, su voz llena de una extraña urgencia. “Mira su cara, esa esclava del mercado es igual a mamá.
” La declaración de una niña, pura fantasía. Julian estuvo a punto de descartarla, de decirle que su madre estaba en el cielo, pero la insistencia en la voz de Lily lo hizo mirar de nuevo. Entrecerró los ojos, enfocándose en el rostro de la mujer caída mientras luchaba por ponerse de pie. Y el mundo de Julian de Beru se detuvo.
El corazón le dio un vuelco tan violento que pensó que se le saldría del pecho. No era posible. Tenía que ser un truco de la luz. una cruel jugarreta de su mente atormentada. Pero a medida que la mujer levantaba la cabeza, revelando su rostro por completo, la negación se hizo imposible.
A pesar de la suciedad, de la delgadez, de la desesperación en sus ojos, era ella la forma de su rostro, la curva de sus labios y, sobre todo, sus ojos. Unos ojos de un azul tan profundo y único como el océano en verano eran los ojos de Serafina, su esposa, la mujer a la que había llorado durante 5 años, viva y encadenada.
Una oleada de emociones contradictorias lo golpeó. shock, incredulidad, una alegría tan abrumadora que casi lo ahoga, seguida inmediatamente por una furia tan helada que hizo que el aire a su alrededor pareciera congelarse. Mientras él estaba paralizado, la humillación de Serafina continuaba. El guardia, irritado por su lentitud, la empujó.
“Muévete, basura”, le gritó. “No tenemos todo el día.” Serafina cayó de rodillas de nuevo, su cuerpo demasiado débil para soportar el trato brusco. Levantó la vista y por un instante sus ojos azules se encontraron con los de Julian a través de la multitud. En su mirada él no vio reconocimiento. Vio el vacío de una persona cuyo espíritu había sido casi completamente aplastado.
Pero entonces vio algo más. Vio como su mirada se desviaba hacia Lily, que se aferraba a la pierna de su padre. Y en los ojos de Serafina por un instante brilló una chispa de una emoción tan feroz, tan protectora, tan inconfundiblemente maternal, que a Julian se le cortó la respiración. Se dio cuenta con una certeza devastadora de que ella lo sabía. Sabía quién era Lily.
La procesión de esclavos continuó su camino hacia el bloque de subastas. La multitud se dispersó, pero Julian se quedó allí en medio de la plaza, su mente corriendo a una velocidad vertiginosa. La nota, la huida, el naufragio, todo había sido una mentira, una mentira elaborada y monstruosa.
Su esposa no lo había abandonado, se la habían arrebatado, la habían vendido como esclava y alguien le había hecho creer que estaba muerta. Una furia, como nunca antes había sentido en su vida se apoderó de él. No era la amargura fría. que lo había consumido durante años. Era una furia caliente, justiciera, un fuego purificador. “Sr.
Thomson”, dijo con una calma aterradora a su ayuda de cámara, que lo miraba con preocupación. “Lleve a Lady Lily de vuelta al carruaje. No debe ver esto.” “¿Mi señor, ¿a dónde va?”, preguntó el ayuda de cámara. “Voy a comprar una esclava”, respondió Julian. Su voz era un susurro mortal. y luego voy a quemar el mundo de la persona que me hizo esto.
Mientras el ayuda de cámara se llevaba a una Lily protestando, Julian caminó, no corrió hacia el mercado de esclavos. Cada paso era deliberado, el de un depredador que acaba de encontrar el rastro de su presa. No era un marido desconsolado, era una tormenta a punto de estallar.
El conde que había sido engañado estaba a punto de recordar a todos por qué el lema de la casa de Veru era la justicia prevalecerá y su justicia, se juró a sí mismo, sería tan terrible como lo había sido la traición. El mercado de esclavos de la ciudad era una herida abierta en el corazón de la civilización, un lugar donde la miseria humana se exhibía y se vendía al mejor postor.
El aire era denso, una mezcla fétida del olor a sudor no lavado, a miedo y a la lluvia que había convertido el suelo en un lodo pegajoso. Lord. Julian Deb, conde de Ashworth, caminaba a través de este infierno con una determinación gélida que lo hacía inmune al edor y a la desesperación que lo rodeaban.
Su ropa impecable y su porte aristocrático lo hacían destacar como un diamante en un estercolero y los comerciantes de esclavos lo observaban con una mezcla de codicia y aprensión. encontró el bloque de subastas justo cuando el subastador, un hombre corpulento de rostro sudoroso, presentaba al siguiente lote. “Y ahora, caballeros”, gritó con una voz extentoria, una rareza capturada en las costas de barbería, pero con la piel clara y el cabello del color del sol, fuerte a pesar de su apariencia delicada y con años de buen trabajo por delante. Empecemos la puja con 20 coronas y allí,
de pie en la plataforma de madera elevada estaba ella, Serafina. Le habían quitado las cadenas, pero la humillación de estar expuesta, de ser examinada como un animal, era una atadura mucho peor. Permanecía con la cabeza gacha, su cabello sucio, ocultando parcialmente su rostro, su cuerpo temblando ligeramente.
Para ser afina, este era el punto más bajo de un descenso de 5 años al infierno. Después de haber sido secuestrada de su casa de campo, una incursión brutal que le habían hecho creer que era un ataque de piratas, había sido vendida y revendida, pasando de un amo cruel a otro.
Su identidad como condesa borrada, su pasado reducido a un recuerdo febril. El nacimiento de su hija Lily en cautiverio había sido su único ancla a la cordura. Pero la niña le había sido arrebatada a los pocos meses de nacer. Un acto de crueldad que había destrozado su espíritu. Había pasado los años siguientes en una neblina de dolor y trabajo agotador.
Su única esperanza era la promesa vacía de que algún día podría ganarse el derecho a volver a ver a su hija. Ahora en Londres, tan cerca y a la vez tan lejos de su antigua vida, estaba siendo vendida una vez más. 20 coronas. ¿Quién da 25? gritaba el subastador. Un comerciante corpulento levantó un dedo. 25 30, gritó otro.
Julian observaba desde el borde de la multitud su rostro una máscara impasible que ocultaba la tormenta que rugía en su interior. No pujó de inmediato. Esperó observando a los hombres que pujaban por su esposa. Vio la lujuria en los ojos de algunos, el cálculo frío en los de otros, y con cada puja su furia se solidificaba, convirtiéndose en un hielo cortante.
La puja subió a 50 coronas, luego a 60. Serafina levantó la vista por un instante y sus ojos vacíos se encontraron con los de Julian a través de la multitud. No hubo reconocimiento. Para ella, él era solo otro noble, otro posible amo. Pero para él, esa mirada vacía fue una puñalada en el corazón.
La mujer vibrante y llena de vida que había amado había sido reemplazada por esta cáscara rota. Cuando la puja alcanzó las 80 coronas y el subastador estaba a punto de cerrar el trato, Julian finalmente actuó. 1000 coronas, dijo. Su voz no fue alta, pero cortó el aire como un látigo. Un silencio atónito cayó sobre el mercado. Todos se giraron para mirar al conde.
1000 coronas era una suma astronómica, una fortuna por un solo esclavo. Sin importar cuán exótico fuera, el subastador se quedó con la boca abierta. Mil coronas, mi señor, ¿ha oído bien?”, replicó Julian con frialdad. Nadie se atrevió a contraofertar. El subastador, recuperándose del shock, golpeó su mazo con un entusiasmo renovado.
Bendido a su señoría, el conde de Ashworth. Julian se abrió paso entre la multitud, subió a la plataforma y se detuvo frente a Serafina. Ella lo miró, su expresión una mezcla de miedo y confusión. Él se quitó su pesado abrigo de lana y, sin decir una palabra, lo echó sobre sus hombros temblorosos, ocultando sus arapos y su vergüenza.
“Ya no eres una esclava”, le susurró. Su voz era un murmullo ronco que solo ella podía oír. “Vamos a casa.” La llevó a su carruaje que esperaba cerca, la subió y se sentó frente a ella. Durante el trayecto a su mansión no hablaron. Serafina estaba demasiado abrumada, demasiado asustada para procesar lo que estaba sucediendo.
¿Quién era este hombre? ¿Por qué había pagado una fortuna por ella? ¿Y qué quería de ella? Su mente, condicionada por años de abuso, solo podía imaginar las peores posibilidades. Julian, por su parte, luchaba por controlar la tormenta de sus propias emociones. Quería bombardearla con preguntas, quería abrazarla, quería gritarle al mundo por la injusticia, pero vio la fragilidad en ella, el terror en sus ojos y supo que tenía que ser paciente. Al llegar a la mansión, la condujo adentro.
El personal, que ya había sido informado por el ayuda de cámara del regreso del Conde, los recibió en el vestíbulo. Sus miradas de asombro, al ver a la mujer sucia y andrajosa del brazo de su señor, eran evidentes. “Esta es Lady Serafina”, anunció Julian. Su voz resonando en el silencioso vestíbulo. Ha vuelto a casa. Preparen sus antiguos aposentos. Preparen un baño y llamen a mi médico personal.
El ama de llaves, la señora Gabel lo miró como si se hubiera vuelto loco. “Lady Serafina, mi señor, pero ella está aquí.” La cortó él con una finalidad que no admitía discusión. Y cualquiera en esta casa que no la trate con el respeto debido a su condesa será despedido antes del anochecer. Serafina fue conducida a escaleras arriba.
La familiaridad de los pasillos, los retratos, el olor a cera de abejas y a rosas secas. Todo era como un sueño febril. Cuando entró en sus antiguos aposentos, que habían sido mantenidos exactamente como ella los había dejado, se derrumbó.
Se sentó en el borde de la cama con Dosel, su cuerpo sacudido por sollozos silenciosos, la realidad de los últimos 5 años chocando con la surrealidad de su presente. La crisis, el verdadero fondo del pozo, comenzó en ese momento. Para Serafina, no era un pozo de pobreza, sino de identidad. ¿Quién era ella? Ya no era la condesa de Ashworth. No, de verdad. Había sido una esclava, una propiedad.
Y ahora era, ¿qué? La prisionera rescatada de su antiguo marido. Y lo más doloroso de todo, ¿dónde estaba su hija? La niña que había visto en el mercado, la niña con los ojos de su madre. ¿Era real o había sido una alucinación? Para Julian, el fondo del pozo era un abismo de culpa y furia.
Mientras el médico examinaba a Serafina, confirmando que sufría de malnutrición y agotamiento, pero que por lo demás estaba sana, Julian se encerró en su estudio con el señor Fletcher. “Quiero saberlo todo”, le ordenó. ¿Quién la secuestró? ¿Quién la vendió? Y lo más importante, ¿quién me envió esa nota de despedida falsa? Alguien muy cercano a mí me traicionó. Encuéntrelo.
Los días siguientes fueron una tortura para ambos. Serafina se recuperaba físicamente, pero su mente estaba atrapada en un laberinto de trauma. Apenas hablaba, se sentaba durante horas junto a la ventana, mirando el jardín, pero sin verlo realmente. Tenía miedo de Julian. Su repentina aparición, su rescate, su intensidad, todo era demasiado.
No podía reconciliar al hombre que la había rescatado, con el recuerdo del hombre cuya traición, como ella creía, la había llevado a su cautiverio inicial. No sabía la verdad de la conspiración, solo sabía que él la había abandonado a su suerte y sobre todo estaba la cuestión de Lily. La niña que estaba contigo en el mercado le preguntó a Julian un día, su voz apenas un susurro.
Es nuestra hija respondió él suavemente. Se llama Lilian. Lily. La confirmación de que su hija estaba viva, de que estaba allí en la misma casa, debería haber sido una alegría. Pero para Serafina era una nueva forma de agonía. Tenía miedo de verla. Se sentía indigna. ¿Cómo podía una madre que había pasado 5 años como esclava, que estaba rota y sucia por dentro, enfrentarse a una hija que había sido criada como una dama se sentía una extraña para su propia hija.
Julian, desesperado por conectar con ella, por reparar el daño, intentaba hablarle, pero sus conversaciones eran forzadas, llenas de silencios incómodos. Él quería hablar del futuro, de reconstruir su vida juntos. Ella solo podía recordar el pasado. “¿Por qué no me buscaste, Julian?”, le preguntó su voz llena de 5 años de dolor. “¿Por qué creíste que te había abandonado?” Y él no podía responderle.
¿Cómo podía explicarle que había sido engañado por su propia familia, que su orgullo le había impedido cuestionar la mentira? Cada una de sus preguntas era una nueva puñalada de su propia culpa. La mansión, que debería haber sido un lugar de feliz reencuentro, se convirtió en un campo de minas emocional. Estaban atrapados juntos, dos extraños, atormentados por un pasado compartido, incapaces de encontrar el camino de vuelta el uno al otro.
Y la presencia de Lily, la niña que debería haber sido su puente, era, en cambio, un recordatorio constante de todo lo que habían perdido. Mientras ellos luchaban con sus demonios internos, la investigación de Fletcher comenzó a dar sus frutos. descubrió que el secuestro de Serafina en su casa de campo no había sido un ataque de piratas al azar, había sido orquestado y el rastro conducía inexorablemente a una persona. El hermano menor de Julian, Edward.
Edward deu era la oveja negra de la familia, un hombre encantador, pero sin escrúpulos, consumido por los celos hacia su hermano mayor. Con Julian y Serafina muerta y con la pequeña Lily como única heredera, Edward se había posicionado como el guardián de la niña y el administrador de la vasta fortuna de los Ashworth.
Había estado viviendo una vida de lujo a expensas de su hermano. Nota de despedida falsa, descubrió Fletcher, había sido escrita por una amante de Edward, una mujer que era experta en falsificar caligrafías. Julian se enfrentaba ahora a una crisis aún más profunda. La traición no había venido de un enemigo desconocido, sino de su propia sangre.
Y este hermano era el hombre que en ese mismo momento ostentaba la tutela legal de Lily. Se dio cuenta de que Serafina y Lily no estaban a salvo. Mientras Eduward creyera que podía salirse con la suya, seguiría siendo una amenaza. Y si descubría que Serafina había vuelto, no dudaría en silenciarla para siempre. El fondo del pozo no era solo emocional, era peligroso.
Julian había rescatado a su esposa de la esclavitud, pero ahora tenía que salvarla a ella y a su hija de su propia familia. Y para hacerlo tendría que enfrentarse a su hermano, no en un duelo de honor, sino en una batalla de ingenio y poder. Una batalla en la que el futuro de su recién redescubierta familia pendía de un hilo.
La revelación de la traición de su hermano Edward fue para Lord Julian, una dosis de veneno y un antídoto al mismo tiempo. El dolor de ser apuñalado por su propia sangre era inmenso, pero también le proporcionó una claridad cristalina. Su enemigo ya no era un fantasma sin rostro, sino una amenaza tangible con un nombre y un motivo.
Y Julian Dever, Conde de Ashworth, era un hombre que sabía exactamente cómo lidiar con las amenazas. Sin embargo, antes de poder enfrentarse a Edward, tenía una batalla mucho más delicada y aterradora que librar. La batalla por el corazón de su propia hija y por la confianza de su esposa. La mansión, aunque supuestamente un refugio, se había convertido en un laberinto de dolor y malentendidos.
Serafina permanecía encerrada en sus aposentos, un fantasma voluntario, demasiado asustada y avergonzada para enfrentarse a la niña que apenas recordaba. Y Lily, una niña sensible e inteligente, sentía la tensión en la casa.
Sabía que su padre estaba preocupado, sabía que la nueva dama de arriba estaba triste y, sobre todo, sabía que la mujer que había visto en el mercado se parecía inquietantemente a los retratos de su madre muerta. Estaba confundida y asustada. Julian se dio cuenta de que no podía forzar el reencuentro. Tenía que ser en los términos de ellas, no en los suyos. El héroe de esta historia no podía ser él, el hombre que había fallado a ambas.
El verdadero encuentro, el que podría salvarlos a todos, tenía que ser entre la madre y la hija. Pasó varios días preparándose hablando con Lily. No le contó la verdad completa. Era demasiado brutal para una niña de 6 años. En cambio, le habló de un milagro. Lily querida le dijo una tarde mientras se sentaban juntos en la biblioteca.
A la dama que vimos en el mercado la que se parecía a mamá. Susurró Lily. Sí, dijo Julian. Su corazón se encogió. A veces en el mundo ocurren cosas muy extrañas y maravillosas. A veces las personas que creemos perdidas encuentran el camino de vuelta a casa. Esa dama, Lily, ha pasado por un viaje muy largo y muy difícil y ha vuelto y le gustaría mucho conocerte.
¿Es ella mi mamá?, preguntó Lily y sus grandes ojos grises, los mismos que los de Julian, llenos de una mezcla de esperanza y miedo. Ella es Serafina. respondió él con cuidado. Y sí, cariño, ella es tu mamá. Mientras tanto, Julian intentaba preparar a Serafina, le llevaba las comidas él mismo, usando esos momentos para hablarle de Lily.
Le contaba sobre su amor por los ponis, sobre su risa, sobre cómo dormía con un oso de peluche andrajoso. No la presionaba, simplemente le dejaba pequeñas migas de pan, tentándola a salir de su cueva de dolor. “Tiene tus ojos, Serafina”, le dijo en voz baja. “Pero tiene tu espíritu. No le teme a nada. Finalmente, después de una semana de esta delicada diplomacia, Serafina accedió.
El encuentro se organizó en el invernadero de la mansión, un lugar lleno de luz y del aroma de las orquídeas que Serafina había cultivado, un espacio neutral que no estaba cargado con los fantasmas de sus antiguos aposentos ni con la formalidad del salón. Llegó el día. Serafina se vistió con el más simple de los vestidos de día que le habían proporcionado, un vestido de muselina azul pálido. Se miró en el espejo.
La mujer que le devolvía la mirada era una extraña. Había recuperado algo de peso y el cuidado de las doncellas había devuelto el brillo a su cabello. Pero sus ojos, sus ojos todavía contenían el horror de los últimos 5 años. Se sentía como una impostora. ¿Cómo podía esta mujer rota ser la madre de una niña criada en el lujo y la seguridad? Julian llevó a Lily al invernadero. Solo quiero que habléis un rato, le dijo a su hija.
Yo estaré justo afuera, en el jardín si me necesitáis. Y los dejó solos. El encuentro fue un estudio de silencios y vacilaciones. Serafina estaba de pie junto a una mesa llena de orquídeas en flor, sus manos retorciendo un pañuelo. Lily se quedó cerca de la puerta, observándola con una intensidad solemne. “Hola”, dijo Lily finalmente.
Su voz era un pequeño timbre en el silencio del invernadero. Hola, Lilian”, respondió Serafina, y el sonido del nombre de su hija en sus propios labios fue a la vez dulce y doloroso. No sabían qué decir. La distancia de 5 años de mundos de diferencia se extendía entre ellas como un vasto océano.
Fue Lily, con la lógica directa de una niña quien rompió el hielo. Se acercó a Serafina y señaló el abrigo que Julian le había puesto a Serafina en el mercado, que ahora estaba doblado sobre una silla. Ese es el abrigo de papá, dijo. Sí lo es, respondió Serafina. Te lo dio porque tenías frío continuó Lily. Ya no tienes frío.
La simple pregunta, tan llena de una preocupación genuina desarmó a Serafina. No, querida, ya no. Se arrodilló para quedar a la altura de Lily. Miró a su hija. Realmente la miró. Vio la forma en que su ceja se arqueaba cuando estaba curiosa. Un gesto que había heredado de Julian. Vio las pequeñas pecas en su nariz. las mismas que tenía ella de niña. Era una mezcla perfecta de ambos.
“Eres muy hermosa”, susurró Serafina, las lágrimas finalmente brotando de sus ojos. Lily, en lugar de asustarse, dio un paso adelante. Con una seriedad propia de un adulto, levantó su pequeña mano y con el pulgar secó una de las lágrimas de la mejilla de su madre. Tú también eres hermosa”, dijo. “Te pareces al cuadro que está sobre la chimenea, pero tus ojos están más tristes.
” Y en ese momento las barreras se derrumbaron. Serafina la abrazó. Un abrazo que contenía 5 años de anhelo, de culpa y de un amor tan abrumador que era casi insoportable. Y Lily, tras un instante de rigidez, la abrazó de vuelta, sus pequeños brazos rodeando el cuello de su madre, aferrándose a ella como si nunca fuera a dejarla ir.
Julian, observando desde el jardín a través del cristal del invernadero, sintió que su propio corazón se rompía y se recomponía al mismo tiempo. Ese era el verdadero encuentro. La llegada del verdadero héroe de esta historia no había sido él, el conde, sino el amor incondicional de una niña que había visto más allá de lospos y las lágrimas y había reconocido a su madre. Este reencuentro no lo solucionó todo de la noche a la mañana.
La reconexión entre Serafina y Lily fue un proceso lento, un redescubrimiento diario. Pero fue el comienzo. Le dio a Serafina la fuerza que necesitaba para salir de su caparazón y le dio a Julian la esperanza de que su familia, a pesar de todo, podría volver a estar completa.
con Serafina ganando confianza, Julian supo que era el momento de enfrentarse a su hermano, pero sabía que una simple confrontación no sería suficiente. Edward era astuto, negaría todo. Necesitaba una trampa, una trampa tan elaborada y tan pública que Edward no tuviera escapatoria. El escenario de la trampa sería el baile anual de máscaras de los Deverus, un evento que irónicamente Julian había cancelado durante los últimos 5 años, pero que decidió reinstaurar.
La invitación anunciaba que sería la noche en que el conde de Ashworth finalmente presentaría a su hija y heredera, Lily a la sociedad. Era un evento al que Edward, como tío de la niña, no podía negarse a asistir. El plan era audaz y teatral. Julian, con la ayuda de Fletcher, contrató a un grupo de actores.
También hizo traer a la mujer que había falsificado la nota de despedida de Serafina, a quien habían localizado y convencido, para que confesara a cambio de inmunidad. Mientras tanto, la relación entre Julian y Serafina continuaba su delicado baile. La presencia de Lily actuaba como un puente constante entre ellos.
Pasaban las tardes los tres juntos, leyendo, jugando, comportándose como la familia que deberían haber sido siempre. Y en esos momentos de paz doméstica, el amor que habían compartido, un amor que nunca había muerto realmente, sino que solo había sido enterrado bajo capas de dolor y mentiras, comenzó a resurgir.
Una noche, después de que Lily se durmiera, se quedaron solos en la biblioteca. “Tengo miedo, Julian”, le confesó Serafina. Miedo de lo que pasará en el baile, miedo de Edward, miedo de enfrentarme a toda esa gente de nuevo. Él tomó su mano. No tienes que tener miedo dijo. Su voz era un juramento. Esta vez no estás sola y te prometo que después de esa noche nunca más tendrás que volver a temer a nadie. La noche del baile de máscaras. La mansión Ashworth volvió a la vida.
Cientos de invitados enmascarados llenaron los salones. Sus identidades ocultas tras el satén y el terciopelo. La atmósfera estaba cargada de intriga. Todos sabían que esa noche sería más que una simple fiesta. Edward llegó con una máscara de zorro que no lograba ocultar la astucia de sus ojos.
Saludó a su hermano con una sonrisa encantadora, fingiendo una alegría que no sentía. Pasó la primera parte de la noche moviéndose entre los invitados, reafirmando su posición como el tío devoto. El clímax llegó a medianoche, las trompetas sonaron y Julian, de pie en lo alto de la escalinata, con la pequeña Lily a su lado, pidió silencio.
Mis señores, mis damas, comenzó. Gracias por acompañarnos esta noche. Como saben, esta es la presentación oficial de mi hija y heredera, Lilian. Luego hizo una pausa, pero también es una noche para corregir una gran injusticia. Hace 5 años todos ustedes creyeron que mi amada esposa, Lady Serafina, me había abandonado y había perecido en el mar.
Hoy estoy aquí para decirles que eso fue una mentira. Un murmullo de conmoción recorrió la sala. Mi esposa no huyó, continuó Julian, su voz resonando con una furia controlada. fue secuestrada, vendida como esclava y dada por muerta. Y la persona responsable de este crimen monstruoso, la persona que orquestó su secuestro y falsificó su nota de despedida, está aquí entre nosotros.
Esta noche se quitó su propia máscara, revelando su rostro serio y decidido. Es hora de que todos nos quitemos las máscaras. Y en esa señal, una mujer apareció en lo alto de la escalinata junto a Julian. Era serafina. No llevaba máscara, estaba vestida con un deslumbrante vestido de seda azul que hacía resaltar el color de sus ojos. Su cabello rubio recogido con diamantes.
Ya no era la esclava rota, era la condesa de Ashworth, radiante, poderosa y viva. El encuentro inesperado final no fue el de ella con su hija, sino el de la corte con la verdad. Y el héroe no fue solo Julian, sino también Serafina, que se enfrentaba a su pasado con una valentía inquebrantable. La trampa estaba lista y el juicio de Edward Deveru estaba a punto de comenzar.
El silencio en el salón de baile de la mansión Ashworth era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. La aparición de Lady Serafina, viva, radiante y poderosa, junto a su esposo, el conde Julian, había paralizado a la alta sociedad de Londres. Las máscaras de seda y terciopelo no podían ocultar el asombro, el horror y la confusión en los rostros de los invitados.
Eduward de, el hermano del conde, que hasta ese momento había estado sonriendo y charlando con falsa alegría, se quedó inmóvil. Su máscara de zorro, incapaz de ocultar la palidez mortal que había invadido su rostro. “Mi esposa no huyó”, repitió Julian, su voz resonando en el silencio. Fue secuestrada, vendida como esclava y dada por muerta.
Y la persona responsable de este crimen monstruoso, la persona que orquestó su secuestro y falsificó su nota de despedida, está aquí entre nosotros. Esta noche se quitó su propia máscara, revelando su rostro serio y decidido. Es hora de que todos nos quitemos las máscaras. Con esa señal, los invitados comenzaron a quitarse sus máscaras, revelando una galería de expresiones que iban desde la conmoción hasta la curiosidad más ábida.
Todos los ojos se posaron en Serafina, luego en Julian y finalmente en Edward, que seguía de pie, inmóvil, con la máscara aún en su rostro, como si se negara a aceptar la realidad que se desvelaba ante él. “Eduard”, dijo Julian. Su voz era un susurro gélido. “Quítate la máscara. Es hora de que el mundo vea la verdad.” Edward, con las manos temblorosas, finalmente retiró su máscara.
Su rostro era una máscara de terror traicionándolo por completo. Julian, por favor, balbuceó. No sé de qué estás hablando. Es un error. Algún terrible malentendido. No hay ningún error, replicó Julian. Hay una verdad. Una verdad que has ocultado durante 5 años viviendo una mentira, beneficiándote de la desgracia de tu propia familia.
Luego Julian hizo una señal. De una puerta lateral apareció una mujer. Era la amante de Edward, la misma que había falsificado la nota de despedida de Serafina. Había sido localizada por Fletcher y convencida de testificar a cambio de inmunidad. Su rostro era pálido, sus ojos llenos de miedo, pero asintió con la cabeza, confirmando su presencia. Ella es Elenor Bans, anunció Julian.
Una mujer que por su propia confesión falsificó la nota de despedida de mi esposa. Una nota que tú, Edward, le dictaste y ella está dispuesta a testificar sobre todo lo que sabe. Edward se derrumbó. se llevó las manos a la cabeza como si quisiera ocultarse de la verdad que lo estaba rodeando. Pero Julian no había terminado. Quería que su castigo fuera completo y público.
Y para aquellos que aún dudan, continuó Julian, su voz resonando en el salón, permítanme presentarles al capitán Thomas Shelby, el hombre que hace 5 años fue contratado por mi hermano para secuestrar a mi esposa y fingir un naufragio. Un hombre fornido, con una cicatriz en el rostro y una mirada de ojos endurecidos, apareció en la misma puerta.
Había sido rastreado por Fletcher y al ser confrontado había confesado todo, viendo la oportunidad de una sentencia más leve. Capitán Shelby, dijo Julian, cuéntales cómo te contrató mi hermano. El capitán, con una voz tosca pero clara relató la historia, la conspiración de Edward, su avaricia, su deseo de controlar la fortuna de los Ashworth a través de la muerte fingida de Serafina y la tutela de la pequeña Lily.
Su plan para vender a Serafina como esclava en las colonias, asegurándose de que nunca pudiera regresar. La revelación fue devastadora. La verdad expuesta en toda su brutalidad dejó a la sociedad londinense en un estado de shock absoluto. No era un simple drama familiar, era un crimen horrendo. Lord Percibal Ellington, que también estaba en el baile viendo como la situación se desmoronaba para su aliado Edward, intentó escapar, pero los guardias de Julian lo detuvieron.
Su participación en la campaña de difamación de Serafina y su intento de secuestrar A Fin también serían expuestos. Julian se acercó a su hermano, cuya figura se había encogido. Ya no había furia en los ojos de Julian, solo una tristeza infinita. Tu avaricia te ha costado todo, Edward. No solo tu libertad, sino tu honor y mi respeto. Guardias del rey que Julian había convocado en secreto entraron en el salón. Arrestad al Sr.
Edward de Ber y a Lord Perval Ellington, ordenó Julian. Se les acusará de secuestro, falsificación, fraude y alta traición. La sala estalló en un clamor de voces, pero Julian levantó una mano. La justicia prevalecerá, dijo citando el lema de su propia casa. La defensa pública no fue solo para Serafina, fue para la verdad, fue para el honor de su casa.
Y fue un acto de venganza fría y calculada que dejó a sus enemigos en ruinas. Mientras Eduward y Percibal eran escoltados fuera, la multitud, en lugar de dispersarse, se volvió hacia Serafina. Las mismas personas que la habían humillado, que habían creído las mentiras, ahora la miraban con un asombro reverencial.
Y en sus ojos, por primera vez, ella vio no el juicio, sino la admiración. Alister se acercó a Serafina, su rostro una máscara de emoción. “Está hecho”, dijo su voz ronca. Annelis lo miró y las lágrimas que no había derramado en 5 años finalmente brotaron. Lo abrazó. Un abrazo lleno de alivio, de gratitud y de un amor redescubierto que había sobrevivido al infierno. Pero el clímax de la noche aún no había terminado.
Tenían un último obstáculo que superar, el más importante de todos, la inocencia de su hija, Lily. Julian guió a Serafina a una sala privada donde Lily había estado esperando, custodiada por su institutriz. La niña estaba dormida en un sofá. Serafina se arrodilló junto a ella. Su corazón latiéndole con fuerza.
Julian se sentó a su lado tomando su mano. “Lily cariño”, susurró Serafina acariciando el cabello de su hija. “Despierta mi amor. Mamá ha vuelto a casa.” Lily abrió los ojos lentamente, miró a su madre, sus ojos somnolientos parpadeando, y entonces la memoria de la mujer del mercado, la que se parecía al cuadro, chocó con la realidad de su madre viva. “Mamá!”, exclamó Lily. Sus ojos se abrieron de par en par.
Se lanzó a los brazos de Serafina, aferrándose a ella con una fuerza que la dejó sin aliento. Lloró, no de tristeza, sino de pura alegría y alivio. “¿Estás viva! Estás viva, Serafina la abrazó con todas sus fuerzas, sintiendo el calor de su hija, el peso de su cuerpo, la realidad de su presencia.
Eran 5 años de dolor, de soledad, de anhelo que se disolvían en ese abrazo. Julian observó la escena y sus propios ojos se llenaron de lágrimas. Había recuperado a su esposa. Sí, pero el verdadero tesoro que había sido restaurado era este, la familia. El reencuentro de la madre y la hija fue el verdadero clímax de la historia. Fue el momento en que todas las heridas comenzaron a sanar.
La verdad había prevalecido y el amor, contra todo pronóstico, había encontrado el camino de vuelta a casa. Pero la reconstrucción de su familia no sería fácil. El trauma de Serafina, la confusión de Lily, las cicatrices de la desconfianza de Julian, todos eran obstáculos que tendrían que superar.
Tendrían que aprender a ser una familia de nuevo, a confiar, a perdonar. Pero por primera vez en 5 años tenían la esperanza y tenían el uno al otro. Y eso era suficiente para empezar. La confesión de Alister en el porche de su casa de campo no fue una cura milagrosa, sino el doloroso acto de poner un hueso roto en su sitio para que pudiera empezar a sanar.
La verdad, aunque liberadora, no podía borrar 5 años de dolor, de lucha y de desconfianza. La aproximación que siguió fue un proceso lento y arduo, lleno de avances tentativos y retrocesos dolorosos, y plagado de obstáculos, tanto internos como externos. El primer y más grande obstáculo era el miedo de Annelis.
Aunque su mente ahora entendía la conspiración que la había llevado al exilio, su corazón aún recordaba el dolor del abandono. Había aprendido a ser autosuficiente de la manera más dura y la idea de volver a depender de Alister, de confiarle su bienestar y el de sus hijos, era aterradora. Había sobrevivido sola. Invitarlo de nuevo a su vida se sentía como una rendición, una vulnerabilidad que no estaba segura de poder permitirse.
Alister, por su parte, luchaba contra su propia naturaleza. estaba acostumbrado a resolver problemas con dinero y poder. Su instinto era abrumar a Annelis con lujos, comprarle una mansión más grande, contratar a un ejército de sirvientes como si pudiera compensar el sufrimiento pasado con opulencia presente. Pero rápidamente aprendió que cada gesto grandioso la hacía retroceder.
Sus ojos se llenaban de una cautela que le rompía el corazón. No necesito tus regalos, Alister”, le dijo ella una tarde después de que él intentara regalarle un collar de diamantes que había pertenecido a su madre. “Estos objetos pertenecen a la condesa de Blackwood y yo ya no soy esa mujer.
Necesito tu tiempo, necesito tu constancia, necesito saber que no desaparecerás de nuevo cuando las cosas se pongan difíciles o cuando tu tía decida lanzar otra campaña en tu contra.” Así que él cambió de táctica. Con un esfuerzo consciente dejó de ser el conde todopoderoso y se esforzó por ser simplemente un hombre, un padre, un compañero.
Se dedicó a la difícil y a menudo torpe tarea de reconstruir una familia a partir de fragmentos rotos. Su principal desafío era ganarse a los niños, no como el señor Blackwood, el divertido visitante que traía regalos, sino como su padre. Decidieron por consejo de Anelis que la verdad debía ser revelada, pero con cuidado y a su propio ritmo.
La palabra padre todavía era un concepto abstracto y doloroso para ellos, asociado con la ausencia. comenzaron a pasar casi todos los fines de semana juntos en la casa de campo, el único lugar que se sentía como un territorio neutral, libre de los fantasmas de su pasado compartido. Allí, lejos del juicio de la sociedad londinense y de las miradas de los sirvientes, podían ser simplemente ellos mismos.
Alister, el hombre que nunca había jugado en su vida, un hombre cuya infancia había estado llena de tutores y lecciones, pero vacía de juegos. Aprendió a construir fuertes con mantas en el salón. Aprendió que a Isabela le encantaba buscar ranas en el arroyo, que a Nicolas le fascinaban las estrellas y que Alexander, el pequeño líder, necesitaba constantemente un nuevo desafío.
Y en esos momentos de normalidad doméstica, de caos infantil y risas genuinas, Annelis lo veía. veía al hombre del que se había enamorado años atrás, no al conde frío y cínico, sino al joven curioso y de ingenio rápido que se había escondido bajo capas de amargura y orgullo, y su corazón, a pesar de sus mejores esfuerzos por mantenerlo guardado bajo llave, comenzó a ablandarse.
La aproximación fue un baile delicado, dos pasos adelante, un paso atrás. Había momentos de una conexión tan profunda que les cortaba la respiración, seguidos de momentos de tensión en los que las viejas heridas resurgían. Un día, mientras paseaban por el bosque, Anelis tropezó con una raíz y Alister la sujetó instintivamente por la cintura para evitar que cayera.
Ella se puso rígida en sus brazos, un reflejo condicionado por años de autosuficiencia. Y él la soltó de inmediato. Su rostro una mezcla de dolor y arrepentimiento, el recuerdo de su último y violento enfrentamiento en su antigua casa, flotando entre ellos como un fantasma. “Lo siento”, murmuró él retrocediendo. “No es tu culpa”, respondió ella, abrazándose a sí misma.
“Es solo que a veces todavía duele. Todavía recuerdo la sensación de ser expulsada, de que no me creyeras. Viviré con esa vergüenza por el resto de mi vida.” Annelis. dijo él en voz baja. Lo único que puedo hacer es intentar demostrarte cada día que he cambiado.
Pero el obstáculo más formidable no eran sus propios fantasmas, sino el mundo exterior encarnado en la figura vengativa de la tía de Alister, Lady Beatrize. Beatriz, aunque había sido desterrada de la presencia de Alister, no era una mujer que aceptara la derrota.
La humillación de ser expulsada y la furia de ver sus planes de control familiar desmoronarse la habían consumido. Veía a Annelis no solo como a una enemiga, sino como a la ladrona de su futuro, la usurpadora que le había arrebatado a su sobrino y con él su influencia. Comenzó una campaña de guerra social librada en los salones y las mesas de té de Londres. Como no podía atacar a Alister directamente, se centró en destruir la reputación de Annelis de una vez por todas.
Con una astucia diabólica, revivió y embelleció los viejos rumores, adaptándolos a la nueva e increíble situación. La historia de la infertilidad y el adulterio fue reemplazada por una nueva y aún más escandalosa, que los niños no eran de Alister, sino de algún amante secreto que Anelis había tomado durante su matrimonio, que ahora, desesperada y sin un céntimo tras la muerte de su supuesto amante, había regresado para intentar hacer pasar a sus bastardos como herederos legítimos y reclamar la inmensa fortuna de los Blackwood. Era
una mentira monstruosa, pero ingeniosa. Explicaba la repentina aparición de los niños y pintaba ais como una conspiradora manipuladora y a Alister como un tonto enamorado, un viudo solitario, cegado por el dolor y dispuesto a aceptar a los hijos de otro hombre con tal de tener una familia.
El rumor susurrado por Beatriz en los oídos adecuados se extendió como un veneno por las venas de la alta sociedad. La gente que nunca había aceptado del todo a la excéntrica Anelis y que desconfiaba del repentino cambio de Alister, estaba más que dispuesta a creer lo peor. Anelis se encontró de nuevo en el centro de un escándalo. Su nombre manchado, la legitimidad de sus hijos cuestionada.
“No podemos ignorar esto, Alister”, le dijo una noche después de que una de las pocas amigas que le quedaban le contara las historias que circulaban. Su voz estaba tensa de preocupación, no por ella misma, sino por los niños. Está atacando a los niños, está poniendo en duda su derecho de nacimiento. Esto podría seguirlos por el resto de sus vidas.
Lo sé, respondió él, su rostro una máscara de furia fría. Pero, ¿cómo luchamos contra un fantasma? No tenemos pruebas. Es su palabra, la palabra de una dama respetada contra la nuestra, la de un recluso y su difunta esposa nos harán pedazos en el tribunal de la opinión pública. La presión comenzó a hacer mella en su frágil reconciliación.
Annelis, temerosa de que el escándalo pudiera dañar irreparablemente a Alister y a los niños, comenzó a distanciarse de nuevo. Un instinto de autoprotección que la había mantenido a salvo durante 5 años. “Quizás, quizás debería irme”, sugirió una noche. Su voz apenas un susurro.
“Llevarme a los niños lejos al continente. Si desaparecemos, los rumores morirán. Podrás reconstruir tu vida sin esta. Mancha. No, replicó Alister con una ferocidad que la sorprendió agarrando sus manos. No volveré a perderte. No por las mentiras de esa mujer. Lucharemos juntos. Esta vez lo haremos juntos. Decidieron que la única forma de combatir la oscuridad era con la luz.
Dejarían de esconderse en el campo, de vivir como si tuvieran algo que ocultar. Volverían a Londres, a la mansión Blackwood, y se enfrentarían a la sociedad no como dos individuos rotos, sino como una familia unida y desafiante. El regreso de Annelis a la casa de la que había sido expulsada fue un momento cargado de un simbolismo abrumador. Alister la recibió en la puerta principal, no como un señor, sino como un esposo, recibiendo a su esposa.
Delante de todo el personal le tomó la mano y la besó. Bienvenida a casa, mi señora”, dijo. Su voz era un juramento. Despidió a todos los sirvientes que habían sido leales a su tía y los reemplazó con un personal que entendía, sin lugar a dudas, que Annelis era la única y verdadera condesa de Ashworth.
Comenzaron a organizar pequeñas cenas invitando a los pocos aliados que aún les quedaban, a los miembros más influyentes y de mente más abierta de la sociedad. En estas cenas no ocultaban a los niños, los presentaban con orgullo, y la asombrosa, la innegable semejanza de los trilliizos con Alister y los retratos de sus antepasados era un argumento silencioso, pero increíblemente poderoso, contra los rumores de Beatriz.
Poco a poco, con una paciencia infinita, la marea comenzó a cambiar. La gente, al ver a Alister tan obviamente devoto de los niños, un hombre transformado por la paternidad, y a Annelis, tan claramente una madre amorosa y una dama de una gracia y una fuerza innegables, comenzó a dudar de las historias de Lady Beatrice, cuya amargura y resentimiento se hacían cada vez más evidentes y estridentes.
Pero Beatriz, al ver que estaba perdiendo la guerra de percepciones, decidió que necesitaba un ataque final, un golpe de gracia que los destruiría a ambos de una vez por todas y planeó lanzarlo en el escenario más público y prestigioso de todos. El baile anual de la duquesa de Richmond, el evento social más importante de la temporada. Alister y Annelis sabían que debían ir.
Evitarlo sería visto como una admisión de culpabilidad. Sería su primera aparición pública juntos como pareja desde su separación, una declaración formal de su reconciliación y sabían que serían el centro de todas las miradas, de todos los susurros y el blanco del ataque final de su enemiga. La noche del baile, Annelis estaba aterrorizada.
Mientras se preparaba, mirándose en el espejo de su antiguo tocador, vio por un instante a la misma mujer asustada y sola que había sido expulsada de esa misma casa 5 años atrás. Alister entró en la habitación, ya vestido con su frac, vio el miedo en sus ojos, se acercó por detrás y puso sus manos sobre sus hombros.
Sus miradas se encontraron en el espejo. No estás sola esta vez, Annelis”, susurró en su oído, su aliento cálido contra su piel. “Estoy contigo. Pase lo que pase, lo enfrentaremos juntos.” Ella se giró y lo abrazó. Un abrazo que no era de miedo, sino de una profunda y reconfortante solidaridad. El conde y la condesa estaban listos.
La aproximación había terminado, los obstáculos habían sido superados solo para revelar uno final y más formidable. Y la batalla por su futuro, por la legitimidad de sus hijos y por la verdad de su amor estaba a punto de librarse frente a todo su mundo. El salón de baile de la duquesa de Richmond era un campo de batalla disfrazado de paraíso.
El aire, espeso con el perfume de las orquídeas y la cera de abejas crepitaba con una tensión palpable. Alister y Annelis se movían a través de la multitud como si nadaran contra una corriente de hostilidad silenciosa. Las sonrisas eran demasiado brillantes, las reverencias demasiado rígidas.
Cada saludo era una evaluación, cada conversación un interrogatorio velado. Lady Beatrice había preparado el terreno con la habilidad de un general veterano. Había pasado las últimas horas antes de su llegada sembrando su veneno, presentándose como una tía afligida, preocupada por la salud mental de su sobrino y por el honor de su linaje, que estaba siendo amenazado por una mujer astuta y sus hijos de dudosa procedencia.
Alister guió a Annelis hacia una zona relativamente tranquila cerca de la terraza, protegiéndola con su presencia. “No dejes que te afecte”, le susurró. Son buitres, si huelen debilidad, atacarán. No, estoy débil, respondió ella, aunque su corazón latía con fuerza. Estoy furiosa. La orquesta comenzó a tocar un bals y varias parejas se dirigieron a la pista. Fue entonces cuando Lady Beatrice hizo su movimiento.
Se acercó a ellos, no sola, sino acompañada por dos de los hombres más influyentes y conservadores de la sociedad. El marqués de Dorset, un hombre cuya opinión podía cimentar o destruir una reputación. Y Lord Ashworth, un conocido de la familia Blackwood desde hacía generaciones. Alister, querido sobrino, dijo Beatriz, su voz goteando una falsa dulzura.
Qué alegría verte por fin fuera de tu reclusión. Y Lady Annelis, qué inesperado verte de nuevo en sociedad. Lady Beatrice, respondió Alister con una frialdad glacial. Marqués, Lord Ashworth. Hemos estado discutiendo un asunto de gran preocupación”, continuó Beatriz yendo directamente al grano. Un asunto que afecta a la integridad de todas nuestras nobles casas. El asunto de la sucesión Blackwood.
Anelis sintió que la sangre se le helaba en las venas. La confrontación no iba a ser sutil, iba a ser un juicio público. “No veo que la sucesión Blackwood sea de su incumbencia, tía”, dijo Alister. se convierte en mi incumbencia y en la de todos nosotros, intervino el marqués de Dorset. Su voz era un estruendo autoritario.
Cuando un linaje tan antiguo y respetado corre el riesgo de ser contaminado, su mirada se posó en Annelis con un desprecio apenas disimulado. Se nos dice que estos niños que han aparecido de la nada son tus herederos, pero las fechas, mi querido conde, son problemáticas. La mujer se marchó hace 5 años y ahora regresa con trillios de casi 5 años. La aritmética es bastante simple. La acusación era directa.
Estaban declarando públicamente que los niños no podían ser suyos, que debieron de ser concebidos después de que ella se marchara. “¿Está usted acusando a mi a Lady Annelis de mentir?”, dijo Alister. Su voz era peligrosamente tranquila. No, dijo Beatriz con una sonrisa maliciosa. No la estamos acusando de mentir, la estamos acusando de algo mucho peor, de fraude, de un intento descarado de imponer a sus bastardos como herederos de una de las mayores fortunas de Inglaterra.
Se volvió hacia Annelis. ¿Lo niegas, querida? Puedes jurar ante Dios y esta honorable compañía que esos niños son la sangre de mi sobrino. Era la trampa perfecta. La palabra de Annelis. Una mujer ya deshonrada contra la de tres de las figuras más respetadas de la sociedad. Si juraba, se reirían de ella. Si se negaba confirmarían sus sospechas.
Annelis se sintió atrapada. El aire le faltaba en los pulmones. Todas las miradas en el salón de baile que habían estado fingiendo no escuchar, ahora estaban fijas en ella. Estaba sola en el centro de un círculo de lobos. Pero entonces miró a Alister y vio en sus ojos no la duda ni el miedo, sino una confianza absoluta, una confianza en ella y eso le dio la fuerza que necesitaba. Respiró hondo.
No, Lady Beatrice, dijo. Su voz era clara y resonante, silenciando los últimos murmullos. No lo niego y sí lo juro. Juro por la memoria de mi difunta madre y por la vida de mis hijos, que Alexander, Nicolas e Isabela Blackwood son los hijos legítimos y únicos de mi marido, el conde de Blackwood. Una declaración conmovedora, se burló el marqués, pero sin pruebas.
No son más que palabras. Ah, pero ahí es donde se equivoca, marqués, dijo una nueva voz. La multitud se apartó para revelar al señor Fletcher, el discreto investigador de Alister, que entraba en el salón de baile, seguido por dos hombres. Uno era un hombre mayor, de aspecto rural, con las manos encallecidas de un granjero.
El otro era un clérigo de rostro severo con el cuello almidonado de un vicario de pueblo. Alister no había ido a ese baile esperando una pelea. Había ido preparado para una guerra. Permítanme presentarles, dijo Alister. al señr Fletcher, a quien algunos de ustedes conocerán, y a estos dos caballeros, el señor Gable, un granjero arrendatario de la comarca de Devon, y el reverendo Michaels, vicario de la parroquia de San Jud.
En esa misma comarca, Beatrizze y el marqués intercambiaron una mirada de confusión. ¿Qué tenía que ver un granjero y un vicario de Devon con todo esto? Como bien ha señalado el marqués”, continuó Alister, “las fechas son en efecto, problemáticas. Lady Annelis me abandonó, o más bien la expulsé. Un error por el que pagaré el resto de mi vida hace exactamente 5 años y 2 meses.
Lo ve, exclamó Harrington, que se había unido al círculo. Imposible. Sí lo sería, concedió Alister. Si no fuera por un pequeño detalle que mi tía, en su afán por reescribir la historia, parece haber olvidado. Verán, yo no la expulsé después de una acalorada discusión en Londres.
La expulsé después de pasar dos semanas en nuestra casa de campo en Debon, donde habíamos ido en un último y desesperado intento de reconciliarnos. Un viaje del que mi tía no estaba al tanto. Se volvió hacia el granjero. Señor Gabel, ¿sería tan amable de decirle a esta compañía dónde vivía usted hace 5 años? En la granja adyacente a la casa de campo de su señoría en Débon, respondió el granjero con una voz firme.
Mi esposa y yo vimos al conde y a la condesa llegar y los vimos marcharse dos semanas después. Luego, Alister se dirigió al vicario reverendo Michaels, ¿qué ocurrió en su parroquia 9 meses después de esa visita? El vicario abrió una gran Biblia de familia que llevaba. Bauticé a tres niños, anunció Alexander, Nicolas e Isabela, nacidos de Lady Annelis. El registro está aquí firmado y sellado.
La fecha del bautizo fue hace exactamente 4 años y 5 meses. Alister había presentado un calendario, un calendario que demostraba, sin lugar a dudas, que los niños habían sido concebidos durante ese último viaje a Débon antes de su separación. Pero Beatriz, desesperada, no se rindió. Esto no prueba nada, Siseo.
Pudo haber tomado un amante en Débon. El granjero no puede testificar sobre lo que ocurría a puerta cerrada. No, no puede, dijo Alister. Pero hay alguien que sí puede. Hizo una señal al señor Fletcher, quien abrió la puerta de una pequeña antesala. De ella salió una mujer. Era la antigua doncella personal de Lady Beatrice, una mujer a la que Beatrice había despedido cruelmente años atrás. Esta es Mary, dijo Alister.
La doncella que mi tía sobornó para que me susurrara mentiras sobre la infidelidad de mi esposa. Una mujer que consumida por la culpa ha firmado una declaración completa de la conspiración de mi tía. Y entonces Alister desató su golpe final, una pieza de información que había guardado para el momento perfecto.
Pero la prueba más irrefutable, dijo su mirada ahora llena de una tristeza infinita. No proviene de testigos ni de registros, proviene de la propia Lady Annelis. Se giró hacia su esposa. Annelis, querida, ¿serías tan amable de contarle al marqués por qué nuestros médicos en Londres creían que eras infértil? Anelis respiró hondo y con una valentía que dejó a Alister asombrado, contó la verdad más dolorosa de todas.
Porque sufrí dos abortos espontáneos en nuestro primer año de matrimonio. Dijo, su voz. Era un murmullo claro y firme, abortos que mantuve en secreto, incluso de mi marido por vergüenza y porque mi suegra, la difunta condesa, me había hecho creer que era mi culpa, que era débil.
Solo los médicos y y Lady Beatrice lo sabían. La revelación fue devastadora. Beatriz no solo había mentido sobre la infidelidad, sino que había explotado la tragedia más íntima y dolorosa de Annelis, usándola como prueba de una infertilidad que nunca existió. El clímax no fue una simple defensa, fue una aniquilación. Lady Beatrice fue expuesta no solo como una mentirosa, sino como un monstruo de una crueldad inimaginable.
El marqués de Dorset y Lord Ashworth retrocedieron sus rostros una máscara de horror distanciándose de ella como si llevara la peste. Alister se acercó a su tía, que lo miraba derrotada, su rostro pálido de shock. “Ha destruido vidas por su propia y mezquina ambición”, dijo en voz baja solo para ella. “Ahora cosechará lo que ha sembrado.” Se giró y tomando la mano de Annelis, la levantó.
Les presento anunció a la silenciosa multitud a mi esposa Lady Annelis condesa de Blackwood y a la madre de mis tres herederos. Si alguien más tiene alguna duda sobre su honor o sobre la legitimidad de mis hijos, le sugiero que se enfrente a mí ahora o que guarde silencio para siempre. Nadie se atrevió a pronunciar una palabra.
había defendido a Annelis, pero más que eso, había reparado públicamente el error que había cometido 5 años atrás. Había restaurado su honor, había validado su sufrimiento y había reclamado a su familia frente al mundo entero. Y al hacerlo, el conde frío y cínico finalmente había dado paso al hombre honorable que Anelis siempre había sabido que era. La caída de Lady Beatrice fue tan espectacular como su malicia.
Desterrada de la sociedad y desheredada por un furioso Alister, se retiró al campo en desgracia para no ser vista nunca más. El marqués de Dorset y sus aliados, temerosos del poder de Alister, se apresuraron a ofrecer sus más profundas disculpas. Para Alister y Anelis, la victoria en el baile fue el verdadero comienzo de su segunda oportunidad.
regresaron a la mansión Blackwood, no como extraños cautelosos, sino como marido y mujer, unidos por una batalla ganada y una verdad revelada. Annelis finalmente le presentó a Alister a sus hijos como su padre y los niños, que ya lo adoraban, lo aceptaron con una alegría que sanó las últimas heridas del corazón de Alister.
reconstruyeron su matrimonio sobre una base de honestidad brutal y un amor maduro templado por el fuego del sufrimiento. La mansión, que una vez fue un mausoleo de dolor, se llenó de las risas de los niños y del murmullo de una pareja que había encontrado el camino de vuelta a casa, demostrando que incluso las heridas más profundas pueden sanar con el bálsamo del perdón y la valentía de volver a amar.
La historia de Alister y Annelis, que comenzó con la amargura de una separación injusta y culminó en la reivindicación pública de su amor y su familia, nos deja una lección atemporal sobre la naturaleza destructiva de los secretos y el poder redentor de la verdad. Nos enseña que las murallas que construimos para proteger nuestro orgullo a menudo se convierten en las prisiones que nos aíslan de la felicidad.
El viaje de Annelis es un poderoso testimonio de la resiliencia silenciosa. A pesar de ser expulsada, deshonrada y obligada a criar a sus hijos en la sombra, nunca permitió que la amargura envenenara su corazón. Encontró la fuerza, no en la venganza, sino en el amor incondicional por sus hijos, demostrando que la verdadera nobleza no es un título que se hereda, sino una dignidad que se cultiva en el alma. incluso en el exilio más solitario.
La transformación de Alister, por otro lado, es una dolorosa, pero esperanzadora lección sobre la humildad. Un hombre cegado por el orgullo y manipulado por las mentiras tuvo que perderlo todo para darse cuenta de lo que realmente importaba. Su historia nos recuerda que el verdadero honor no reside en nunca cometer un error, sino en tener el inmenso coraje de admitirlo, de enmendarlo y de luchar por el perdón.
Su defensa pública de Annelis no fue solo un acto de amor, sino su acto de mayor valentía al demoler su propio y equivocado juicio frente al mundo. Juntos nos demuestran que nunca es demasiado tarde para reescribir nuestra historia. nos enseñan que la confianza, una vez rota, puede ser reconstruida, no con facilidad, sino con la argamasa de la honestidad, la paciencia y un compromiso inquebrantable con la verdad.
Así que si alguna vez te encuentras separado de alguien a quien amas por un muro de malentendidos o de orgullo herido, recuerda al conde y a su esposa perdida. Ten el coraje de buscar la verdad, por dolorosa que sea. Den la humildad de pedir perdón y ten la fe para creer que un amor verdadero, aunque se haya perdido en la tormenta, siempre puede encontrar el camino de vuelta a casa.
News
🌹 El último deseo de Paulina Tamayo: una despedida que conmovió a todo un país
😢 El estremecedor último deseo de Paulina Tamayo revelado por Willie: lo que pidió antes de morir conmovió profundamente a todo…
“No estaba preparado para esto”: la emotiva confesión de Juan Ferrara tras la inesperada muerte de Alicia Bonet que conmociona a todos
“No estaba preparado para esto”: la emotiva confesión de Juan Ferrara tras la inesperada muerte de Alicia Bonet que conmociona…
A sus 72 años, el Dúo Pimpinela rompe el silencio dejando al mundo conmocionado
Después de años de discreción, Pimpinela sorprende con una revelación que hizo llorar a sus fans. A sus 72 años,…
💔 El precio de una frase: Sergio Goyri rompe el silencio sobre la vergüenza que marcó su carrera y lo dejó al borde del olvido
😱 A sus casi 70 años, Sergio Goyri enfrenta las consecuencias del escándalo con Yalitza Aparicio que aún lo persigue Sergio…
A los 70 años, María Sorté finalmente admite lo que todos sospechábamos
La actriz mexicana María Sorté sorprende con una confesión impactante a los 70 años: “Siempre lo sospecharon… y es verdad”,…
Marco Antonio Solís: la confesión más íntima del “Buki”
“Después de décadas de misterio, Marco Antonio Solís, ‘El Buki’, confiesa a los 64 años lo que su público siempre…
End of content
No more pages to load






