“No fue castillo ni playa exclusiva”: casado nuevamente a los 67, Manuel Mijares sorprende al confesar que eligió un lugar íntimo, cargado de recuerdos con Lucero y sus hijos, para celebrar la boda más discreta de su vida

La entrevista estaba pensada para hablar de todo menos de eso.
El equipo del programa había preparado un especial sobre los casi 40 años de carrera de Manuel Mijares: sus inicios como corista de Emmanuel, sus éxitos ochenteros, el fenómeno de “Soldado del amor” y el reciente revuelo por su supuesto retiro de los escenarios.

En la escaleta figuraban recuerdos, anécdotas, risas, tal vez alguna lágrima cuando apareciera el tema de Lucero y los conciertos que aún dan juntos, pese a llevar años divorciados.

Lo que nadie —ni el conductor, ni el público, ni el propio equipo de producción— tenía en el radar era la frase que el cantante soltaría a la mitad del programa, como quien confiesa algo que ya no quiere seguir guardando:

—Ah, y por cierto… ya me volví a casar.

El silencio cayó sobre el foro como si alguien hubiera desenchufado el audio.
El conductor parpadeó, perdió el hilo, buscó sus tarjetas, volvió a mirar al invitado:

—¿Cómo que… te volviste a casar?

Mijares sonrió con esa mezcla de picardía y prudencia que lo caracteriza en las entrevistas complicadas.

—Pues sí —dijo—. A los 67. Nunca es tarde, ¿no?

Las redes tardaron exactamente diez segundos en explotar.

Rumores, fotos borrosas y un “no es cierto” constante

Para muchos, la bomba no era tan bomba.
Desde hacía meses corrían rumores: una foto borrosa en un restaurante, un video mal enfocado en un aeropuerto, un anillo que algunos vieron en su mano izquierda durante un concierto. Cada detalle se convertía en análisis forense en redes sociales.

“¿Tiene nueva novia?”
“¿Es productora, corista, fan?”
“Seguro se casa en Las Vegas, ya muy a la rockstar.”

Él, como siempre, jugaba al despiste:
—Estoy casado con la música —bromeaba en entrevistas—. Y la música es muy celosa.

Pero esta vez ya no estaba haciendo un juego de palabras.

En el programa, el conductor trató de recomponer la compostura mientras el equipo le gritaba por el chícharo: “¡Pregúntale el dónde, el cuándo, el con quién!”.

—A ver, Mijares —dijo, tragando saliva—, vamos por partes: ¿desde cuándo estás casado nuevamente?

—Desde hace algunos meses —respondió el cantante, acomodándose las gafas—. Hicimos algo muy íntimo. Nada de multitud, nada de drones, nada de helicópteros.

—¿Y por qué no lo dijiste?

—Porque quería vivirlo primero —respondió—. Ya me tocó una boda transmitida en cadena nacional; esta vez quería saber lo que se siente casarse sin cámaras y sin rating.

Las risas del público mezclaron nostalgia y curiosidad: muchos recordaban aquella boda con Lucero en 1997, televisada como un auténtico evento nacional.

La nueva pareja: sin reflectores, con paciencia

El conductor intentó ir directo al punto:

—¿Quién es ella?

Mijares se tomó unos segundos antes de contestar.
No mencionó nombre ni profesión, pero sí pintó un boceto claro:

—Es alguien que no vive frente a la cámara —dijo—. No es actriz, no es cantante, no es influencer. Es una mujer que conocí hace años en un contexto completamente distinto al show.

Contó que, durante un concierto benéfico, alguien del equipo le presentó a una especialista en logística de eventos y proyectos sociales. Durante mucho tiempo, su relación fue estrictamente profesional: ella organizaba, coordinaba, resolvía problemas; él llegaba, cantaba y se iba.

—Yo era el que se subía al escenario —recordó—, pero ella era la que se aseguraba de que hubiera escenario, luces, sonido y público.

Pasaron años sin que nada saliera de ese plano.
Ambos vivían sus propias historias, sus aciertos y fracasos. Hasta que, un día, en una reunión más íntima del equipo, alguien se dio cuenta de que se reían demasiado juntos, como si entre tanta logística hubiera aparecido algo que no se podía calcular con planillas.

—Lo que más me atrapó fue su paciencia —confesó Mijares—. Paciencia con mis manías, con mis horarios imposibles, con mis silencios. No quería una fan, ni una manager, ni una musa: quería una cómplice.

Y la encontró.

El compromiso que nadie detectó

En esta historia, el compromiso no llegó con un flashazo en un restaurante de lujo, sino casi en silencio.

—Le pedí matrimonio en un camerino —relató—. No había velas, ni violines, ni drone. Solo una mesa con café frío, un traje colgado y una bolsa de papas que alguien dejó por ahí.

Dice que venía de un ensayo pesado, la voz cansada, la espalda resentida. Ella revisaba una lista infinita de pendientes en su celular.

—Me di cuenta de que eso era la vida real —dijo—. No los momentos perfectos de las alfombras, sino los instantes mundanos compartidos. Y pensé: “Si quiero que alguien se quede conmigo en esos momentos, es ella”.

Sacó un anillo sencillo —“nada ostentoso, pero con mucho significado”— y se lo dio con una pregunta que parecía más un pacto de honestidad que de cuento de hadas:

—¿Te animas a lidiar con mis achaques y mis giras un rato más… pero ahora como mi esposa?

Ella rió, lloró, dijo que sí y que estaba loca, todo en el mismo minuto.

No hubo foto en redes.
No hubo “sí, quiero” viralizado.
Solo hubo dos personas en un cuarto pequeño, comenzando una historia grande.

El misterio del lugar: teorías por todos lados

Una vez soltada la bomba del matrimonio, otra duda se volvió inevitable:

—Está bien, no dirás quién es ella por ahora —concedió el conductor—. Pero al menos cuéntanos dónde fue la boda.

Ahí fue cuando Mijares hizo una pausa más larga.
Se acomodó en el sillón, cruzó las manos y dejó escapar una sonrisa mezcla de picardía y nostalgia.

—Eso lo guardé mucho tiempo —dijo—. Y no lo conté antes porque sabía que, apenas lo dijera, iban a empezar las comparaciones.

Los fans, en casa, hicieron sus apuestas:
“Seguro fue en una playa de Cancún.”
“No, en un viñedo de Querétaro.”
“Capaz que en España, ahora que va tanto para allá.”

Pero la respuesta fue otra.

“Me volví a casar en el mismo lugar… pero con otra historia”

—Nos casamos —soltó al fin— en el mismo recinto donde Lucero y yo hicimos nuestra primera presentación juntos, antes de ser pareja.

El conductor abrió los ojos.
El público soltó un “¡nooo!” de sorpresa casi al unísono.

Mijares continuó:

—No fue en la misma iglesia de antes, ni con el mismo montaje, ni mucho menos con cámaras de televisión —aclaró—. Fue en un espacio pequeño dentro de aquel lugar, uno que para mí tiene otro significado: ahí nació una parte muy importante de mi historia, no solo amorosa, sino artística.

Sin dar el nombre exacto del sitio —para proteger su actual privacidad—, explicó que se trataba de un teatro emblemático de su carrera, el mismo donde, años atrás, había compartido escenario por primera vez con Lucero, antes del noviazgo, antes del matrimonio, antes del divorcio cordial que hoy comparten.

—Quise cerrar y abrir ciclo en el mismo lugar —dijo—. No como una falta de respeto, al contrario. Para mí era una forma de honrar el pasado y, al mismo tiempo, reconocer que la vida sigue.

El escándalo no vino por morbo, sino por lo simbólico:
El “soldado del amor” volviendo al mismo campo de batalla, pero con otra bandera.

Reacciones encontradas: ¿romántico o imprudente?

Apenas terminó el programa, los debates comenzaron:

“Qué fuerte casarse en un lugar tan ligado a tu ex.”
“Es precioso: significa que no borra su historia anterior.”
“Yo no soportaría eso, pobre nueva esposa.”

Algunos fans de la vieja era “Lucero & Mijares” sintieron un pinchazo de nostalgia. Recordaban imágenes de aquella boda televisada, la novia en vestido enorme, el novio serio, el país entero paralizado viendo un matrimonio que después terminaría, como tantos, en separación.

Otros, en cambio, vieron en el gesto algo profundamente humano: la decisión de no renegar del camino ya recorrido, de no fingir que el pasado no existió.

En el programa, el conductor le lanzó la pregunta que muchos se estaban haciendo en voz alta:

—¿Le consultaste a Lucero?

Mijares sonrió, con esa sonrisa que ya todos saben leer.

—No necesito su permiso —respondió con tranquilidad—, pero sí le hablé. Somos familia, tenemos hijos maravillosos, compartimos escenarios todavía. Le conté la idea, le expliqué lo que significaba para mí y lo entendió.

No dio más detalles.
No hizo de la conversación una telenovela.
Solo dejó claro que no hubo traición, ni dramatismo, ni escenas.

Detalles de una boda sin lujos… pero con historia

Poco a poco, en entrevistas posteriores, fueron saliendo más detalles de la ceremonia, siempre con discreción.

La decoración:
Flores blancas y azules, luces cálidas, fotos en blanco y negro de momentos clave de su carrera musical, pero sin caer en la autohomenaje exagerado.

La música:
Un par de amigos músicos interpretando versiones acústicas de sus propias canciones y de algunas que él ama, pero nunca ha grabado.
En un momento, alguien le pidió que cantara “El privilegio de amar”. Él se negó entre risas:

—Hoy no vengo a trabajar —bromeó—. Hoy canto bajito, solo para ella.

Los invitados:
Pocos. Familia cercana, un círculo de amigos que conocen a “José Manuel” más que a “Mijares”, algunos colegas de toda la vida capaces de guardar un secreto.

El banquete:
Nada de menú interminable de cinco tiempos. Comida mexicana bien hecha: mole, guacamole, tacos de guisado.

—Cuando te casas a los 67 —dijo entre risas—, lo que quieres es que la comida sea rica, que no te de gastritis y que el pastel no esté tan dulce.

La anécdota más celebrada fue la del pastel:
La novia, en complicidad con los hijos de Mijares, mandó a hacer uno decorado con pequeñas notas musicales y la frase “Soldado del amor… pero también del humor”.

Él no sabía nada.
Cuando lo vio, soltó una carcajada y aceptó el mensaje: si algo iba a sostener ese matrimonio, además del cariño, sería la capacidad de reírse juntos.

¿Y la luna de miel?

Cuando los medios empezaron a preguntarle por la luna de miel, muchos esperaban oír nombres de destinos exóticos: Maldivas, París, algún resort inalcanzable.

La respuesta fue otra bofetada de realidad y ternura:

—Nuestra luna de miel fue una semana sin giras —dijo—. Nos quedamos en una casita cerca del mar, nos levantábamos tarde, tomábamos café sin prisa, caminábamos por la playa cuando no había nadie y, lo más importante, me olvidé del celular.

Para un hombre acostumbrado a vivir al ritmo de agendas llenas, esa semana fue un lujo mayor que cualquier hotel de cinco estrellas.

—Nunca había sentido tanto descanso —admitió—. Ni siquiera en vacaciones con compromisos de entrevistas y presentaciones. Esta vez no había nada que cumplir, solo estar.

El legado para sus hijos

Uno de los temas que más interés generó fue la reacción de sus hijos al nuevo matrimonio.
Mijares se mostró firme:

—Mis hijos son adultos, tienen su vida, sus proyectos. Lo único que les pedí fue honestidad: que me dijeran si les incomodaba algo, que supieran que no les estaba “reemplazando” nada ni a nadie.

Según contó, la conversación fue más fluida de lo que muchos imaginaban:

—Me dijeron: “Papá, si tú estás bien, nosotros estamos bien. Solo no dejes de ser tú mismo”. Y creo que esa es la bendición más grande que he recibido en este proceso.

En un mundo donde los segundos matrimonios suelen convertirse en material de chisme, el hecho de que la familia extendida reaccionara con madurez fue, quizá, la parte menos comentada… y más importante.

¿Se retira, se casa, se va? El futuro del “soldado del amor”

La coincidencia de fechas hizo que muchos especularan:
Primero, el anuncio de que se tomaría un descanso de los escenarios; después, la confesión de que se había casado nuevamente; por último, la revelación del lugar simbólico de la boda.

—¿Todo esto es una despedida? —le preguntó un periodista en otra entrevista.

Mijares, fiel a su estilo, esquivó el dramatismo:

—No me estoy despidiendo, me estoy reorganizando —dijo—. Quiero seguir cantando, pero también quiero tener tiempo para mi vida privada, para mi esposa, para mis hijos, para mí.

A los 67 años, después de una carrera llena de escenarios, trofeos, discos y ovaciones, el hombre que se ganó el apodo de “soldado del amor” parece haber descubierto que la gran batalla ya no está solo en los conciertos, sino en algo más sencillo y más complejo: aprender a ser feliz lejos del reflector.

La confesión que quedará para la historia

En el cierre del programa donde lo contó todo, el conductor le pidió una última reflexión:

—Si tuvieras que resumir esta etapa en una frase, ¿cuál sería?

Mijares se quedó callado unos segundos, mirando al público, como si estuviera revisando un repertorio de palabras en su cabeza.

—Diría esto —respondió al fin—: que a veces hay que volver a los mismos lugares, pero con otro corazón. Me casé de nuevo a los 67, en un sitio lleno de recuerdos, para demostrarme que el pasado no se borra… se honra, y luego se sigue adelante.

El aplauso fue largo, cálido, casi familiar.
No celebraban solo al cantante que hizo historia con baladas inolvidables, sino al hombre que, a su edad, se atrevió a empezar de nuevo sin negar lo que vivió antes.

En las redes, los memes, las teorías y los debates seguirán un tiempo.
Se discutirán detalles del lugar, se inventarán listas de posibles parejas, se analizará cada gesto.

Pero hay algo que, más allá del ruido, quedará claro en esta crónica inventada:

Que, casado nuevamente a los 67 años, Manuel Mijares no solo reveló el lugar de su boda.
Reveló, sin querer, que todavía cree en el amor lo suficiente como para desafiar sus propios fantasmas… y comenzar otra vez, en el mismo escenario, pero con una canción distinta.