El poder inigualable de Elon Musk: el bono de 24 mil millones de dólares supera las ganancias netas de dos años de Tesla: ¿la mayor ganancia inesperada para un CEO en la historia?

Cuando los accionistas de Tesla vincularon por primera vez el salario de Elon Musk al valor de la compañía en 2018, el pionero de los coches eléctricos valía “tan solo” 50.000 millones de dólares, una quimera en un mercado de escépticos. En 2024, el valor de Tesla se disparó a más de 600.000 millones de dólares, la fortuna personal de Musk se disparó y sus seguidores se dieron cuenta de cuánto habían ligado su futuro a la visión de un hombre.

Pero con un éxito vertiginoso llegó el drama judicial. Un juez de Delaware dictaminó que el desorbitado paquete de compensación de Musk —opciones sobre acciones con un valor potencial de más de 50 000 millones de dólares— era ilegal, denunciando a la junta directiva de Tesla por su “opacidad” que enturbió el verdadero coste del reinado de Musk. Sin inmutarse, los accionistas de Tesla redoblaron sus esfuerzos, trasladando la sede de la compañía a Texas y reautorizando el acuerdo de Musk, solo para que los tribunales lo anularan de nuevo.

¿La respuesta de la junta? El 3 de agosto, Musk obtuvo una “póliza de seguro” sin precedentes: si no se recuperaba el salario anterior, podría cobrar nuevas opciones sobre acciones por un valor asombroso de 24 mil millones de dólares. El megapago eclipsó los ingresos netos totales de Tesla de los dos últimos años combinados. Aun así, Musk se encogió de hombros: “No se trata del dinero”.

Y quizás no lo era. Lo que Musk realmente ansiaba era control: suficiente influencia para mantener a raya a los inversores activistas y asegurar que sus ideas radicales para el futuro de la IA y la robótica de Tesla no fueran rechazadas, como cuando destituyó a la junta directiva de Twitter (y la rebautizó como X) en 2022. Con este nuevo acuerdo, su participación en Tesla subió del 13% al 15%, pero Musk admitió que preferiría el 25% para tener verdadera seguridad. “Para que nadie pueda hacerle a Tesla lo que yo le hice a X”, dijo sin rodeos.

Para algunos accionistas, el control de Musk es tranquilizador. La historia favorece a los fundadores convertidos en magnates, como lo han demostrado Warren Buffett en Berkshire Hathaway y Mark Zuckerberg en Meta. Pero mientras que estas empresas protegen a sus fundadores con acciones especiales, el enfoque de Musk es más directo: aprovechar la publicidad del mercado, cortejar a sus seguidores y, cuando se le desafía, cambiar de estado, de estrategia o incluso de empresa con solo abrir una pestaña del navegador.

Es una estrategia que desconcierta a los economistas y revoluciona las esferas del poder. ¿Tiene Musk un talento excepcional que justifica cualquier suma astronómica? ¿O, como argumentan los críticos, es su influencia un síntoma de que las juntas directivas ceden con demasiada facilidad ante el poder de las estrellas? A diferencia de los directores ejecutivos típicos, Musk no amenaza con renunciar por un rival: controla un imperio. Con importantes participaciones en SpaceX, proyectos de inteligencia artificial y lo que sea que elija a continuación, Musk tiene opciones en todas partes.

Ahora, sus numerosas empresas se fusionan. SpaceX invirtió recientemente 2000 millones de dólares en xAI (que Musk luego fusionó con X), y los inversores de Tesla pronto votarán si compartir sus propios recursos con las demás empresas de Musk. El mes pasado, los costosos chips de Nvidia destinados a Tesla se cedieron discretamente a xAI. La pregunta persiste: ¿Musk priorizará siempre a Tesla, o simplemente a la empresa que capte su imaginación y potencial de ganancias ese día?

Con la reputación de Tesla ahora dañada por la controversia política y la creciente amenaza de la competencia china, lo que está en juego nunca ha sido tan importante. Las acciones de la compañía ya no reflejan meras ventas de coches ni siquiera tecnología. En cambio, los inversores se aferran a la “visión de futuro” de Musk: la promesa de taxis autónomos o robots humanoides, ideas tan audaces que el sueño mismo se convierte en el producto.

Irónicamente, a medida que Tesla ha tropezado, el control de Musk —y su sueldo— no ha hecho más que fortalecerse. Cuanto menor es el rendimiento de la compañía, más depende de la reputación de Musk como el único capaz de obrar un milagro.

¿Se trata del genio de un líder que aparece una vez en una generación o de la historia que sirve de advertencia de un sistema desequilibrado que premia el poder impredecible por sobre el rendimiento?

De cualquier manera, una cosa está clara: en Tesla, la única constante es el propio Musk, y acaba de demostrar una vez más que su activo más valioso no es un automóvil ni un cohete, sino una capacidad casi sobrenatural para doblar las reglas a su favor y salir incluso más rico al final.