Entre lágrimas, risas nerviosas y un aplauso interminable, Iván Zamorano confirma a los 58 años que pronto llegará su tercer hijo y revela los íntimos temores y alegrías de volver a empezar una familia desde cero
El estudio estaba ruidoso, lleno de pantallas, gráficas, repeticiones de goles y la típica energía eléctrica de un programa deportivo en horario estelar. Los panelistas discutían acaloradamente una jugada polémica, el público en redes se desbordaba comentando y, al centro de todo, Iván Zamorano sonreía con esa mezcla de calma y fuego que lo acompañó toda su carrera.
Lo habían invitado para hablar de fútbol, de su historia, de la selección, de finales inolvidables. El guion decía que sería una noche de nostalgia, de anécdotas, de análisis. Nadie —salvo él y una persona más— sabía que, en cuestión de minutos, el tema cambiaría de manera radical.
Porque, a los 58 años, “Bam Bam” tenía otro tipo de gol que anunciar.

El momento en que el fútbol dejó de ser el tema principal
La escena fue casi cinematográfica. El conductor, con tono distendido, le preguntó:
—Iván, ya hablaremos de Champions, de selección y de clásicos, pero primero: ¿cómo estás tú? ¿Cómo va la vida lejos de las canchas?
La respuesta pudo haber sido la de siempre: “todo bien”, “tranquilo”, “trabajando”, “en familia”. Pero Zamorano hizo algo distinto. Se acomodó en la silla, miró un segundo hacia el lado donde estaban las cámaras de monitor interno y soltó una sonrisa que no era la del exdelantero analítico, sino la de alguien que guarda un secreto gigante.
—La verdad… —dijo, bajando un poco la voz— estoy viviendo una etapa muy especial.
El conductor se inclinó hacia adelante, olfateando primicia.
—¿Nueva etapa profesional? —arriesgó— ¿Te vas a la banca como técnico?
Iván negó con la cabeza, aún sonriendo.
—No, no tiene que ver con la banca… tiene que ver con la familia.
Ahí, el ambiente cambió. Los panelistas se callaron. El público en el estudio bajó el murmullo. El director en control hizo la señal: “¡No corten!”.
Zamorano tomó aire y, casi como si estuviera en un vestuario antes de una final, fue directo al punto:
—A mis 58 años… voy a ser papá otra vez. Viene en camino mi tercer hijo.
Silencio. Medio segundo en el que nadie procesó lo que acababa de escuchar. Luego, el estallido: gritos, aplausos, risas nerviosas, un “¡no te creo!” que se coló al aire.
El conductor se llevó las manos a la cabeza.
—¿Hablas en serio? —preguntó, todavía incrédulo.
Iván levantó una pequeña ecografía que llevaba doblada en el bolsillo interno de la chaqueta.
—Habla por sí sola, ¿no?
La imagen, en blanco y negro, ocupó toda la pantalla gigante del estudio. El futuro bebé, pequeño, borroso, pero con toda la fuerza simbólica del mundo, se volvió la estrella de la noche.
El exdelantero que vuelve a la línea de salida
Cuando la ola de aplausos empezó a bajar, el conductor retomó el micrófono con una pregunta que muchos estaban pensando:
—Iván, seamos honestos: ¿da miedo ser papá de nuevo a los 58?
Él soltó una carcajada, esa risa abierta que alguna vez celebró goles imposibles.
—Sería mentiroso si dijera que no —admitió—. Cuando fui papá por primera vez, tenía más energía que prudencia. Hoy tengo más prudencia que energía… pero también otra cabeza.
Contó que la noticia lo había sorprendido tanto como a cualquiera.
—No estaba en mis planes —confesó—. Uno se va haciendo a la idea de que ya tiene su familia formada, que los hijos crecen, que uno se va acomodando a otra etapa. Y de repente, la vida te mete un centro perfecto al área chica… y tú decides si vas a cabecear o no.
La imagen era clara: el goleador que ve venir la pelota y entiende que decir que no también es una decisión. Esta vez, eligió lanzarse de lleno.
—Cuando mi pareja me dio la noticia —relató—, sentí la misma mezcla de vértigo y alegría que sentía antes de entrar a jugar un partido importante. Es como si la vida te dijera: “¿Te atreves de nuevo?”. Y yo dije que sí.
La reacción en su círculo más cercano
Una cosa es contarlo en televisión; otra muy distinta es decirlo en casa. El conductor no dejó pasar la oportunidad.
—¿Cómo se lo tomaron tus otros hijos? —preguntó.
Iván se quedó unos segundos pensando, como ordenando recuerdos.
—Fue emocionante —dijo al fin—. Yo tenía nervios, porque no sabía si lo iban a ver como algo raro, como una locura de viejo… pero me dieron una lección.
Relató que reunió a la familia en el salón, con la excusa de una cena “normal”. Durante varios minutos hablaron de cosas superfluas: trabajo, estudios, partidos. Él dudaba, estiraba el momento, hasta que su pareja lo miró con esa cara de “es ahora o nunca”.
—Tomé la ecografía, la puse en la mesa y dije: “Quiero presentarles a alguien”.
Hubo dos segundos de perplejidad. Luego, risas. Luego, abrazos.
—Mi hijo mayor me dijo algo que no voy a olvidar —contó, visiblemente conmovido—: “Viejo, si hay un bebé que se va a divertir contigo, es éste. Y si tú estás feliz, entonces nosotros también”.
La frase le hizo un nudo en la garganta. No era sólo aceptación; era acompañamiento.
—Eso para mí fue el verdadero gol —admitió—. Sentir que ellos no lo veían como una amenaza, sino como una suma.
Entre la experiencia y el cansancio: la paternidad “en tiempo extra”
A los pocos minutos de la confesión, en redes ya circulaban memes, felicitaciones y comentarios de todo tipo. Muchos celebraban la noticia; otros bromeaban con que “Bam Bam” seguía marcando a los 58; algunos, inevitablemente, cuestionaban la edad.
El conductor, sin dramatizar, le puso la pregunta caliente frente a los ojos:
—¿Te molesta que haya gente diciendo que “ya no estás para eso”?
Iván negó con calma.
—Mira, la gente puede opinar lo que quiera —dijo—. Todos tienen derecho. Pero los que vamos a vivir este proceso somos nosotros.
Se encogió de hombros.
—Además, el “no estás para eso” lo escuché mil veces cuando dije que quería llegar a Europa, cuando me fui al extranjero, cuando volví, cuando asumí retos grandes. Si hubiera hecho caso a cada uno que dijo “es tarde”, me habría perdido de muchas cosas.
Aceptó, sin embargo, que la paternidad en esta etapa tiene desafíos concretos.
—No es lo mismo levantarse de madrugada a los veinte y tantos que a los cincuenta y ocho —bromeó—. Sé que habrá noches sin dormir, que me dolerán la espalda y las rodillas. Pero también sé que este hijo me agarra con una paciencia que no tenía antes.
Habló de la diferencia entre educar desde la urgencia y hacerlo desde la calma.
—Antes quería que todo pasara rápido —explicó—: que caminaran, que hablaran, que crecieran. Hoy quiero que todo se demore más. Cada etapa, cada gesto. Quiero estar ahí, no ver su infancia como una carrera de velocidad, sino como una caminata larga.
El amor de pareja, en el centro de todo
Aunque se cuidó de no convertir la entrevista en una exposición de su vida sentimental, no dejó fuera a quien comparte con él esta noticia.
—Nada de esto tendría sentido sin ella —dijo, refiriéndose a su pareja—. El bebé no viene solo; viene de una historia, de una confianza, de un cariño muy grande.
Contó que, cuando ella le dio la noticia, lo primero que hizo fue quedarse callado. No por rechazo, sino porque la cabeza le empezó a funcionar a mil por hora.
—Yo no soy el mismo de hace treinta años —dijo—. Y pensé: “¿Voy a poder? ¿Voy a estar a la altura? ¿Voy a tener fuerza, ganas, salud?”.
Fue ella quien cortó el monólogo.
—Me dijo: “No te lo estoy preguntando como examen. Te lo estoy compartiendo porque lo quiero vivir contigo. Si tú estás, estoy tranquila. Si no estás, igual lo quiero. Pero prefiero que sea contigo”.
Esa frase, confesó, fue el pase entre líneas que necesitaba para ir al frente.
—Entendí que no se trataba de ser perfecto, sino de estar —resumió—. Y yo quiero estar.
El peso simbólico del “tercer hijo”
El conductor quiso profundizar en lo que significaba, emocionalmente, este tercer hijo.
—¿Qué sientes que representa en tu vida? —le preguntó.
Iván se quedó mirando al vacío unos segundos.
—Es como un recordatorio —respondió—. Un recordatorio de que la vida no se acaba cuando uno cree que ya escribió todas las páginas importantes.
Habló de las etapas que se van “cerrando”: el fútbol profesional, la alta competencia, la exposición constante. Muchas leyendas se quedan a vivir en el pasado, alimentándose sólo de recuerdos.
—Yo amo mi historia —aclaró—, pero no quiero vivir sólo de ella. Quiero tener cosas nuevas que contar… y un hijo es una de las más grandes.
Para él, este bebé no viene a reemplazar nada ni a llenar vacíos, sino a sumar, a reordenar prioridades, a cambiar horarios, a obligarlo a volver a pensar en el futuro a largo plazo.
—Cuando tienes casi sesenta —reflexionó—, empiezas a mirar la vida en términos de “lo que ya fue”. Pero un hijo te obliga a pensar en “lo que viene”. Y eso te rejuvenece por dentro, aunque las rodillas digan otra cosa.
La presión mediática y el deseo de proteger lo íntimo
A medida que avanzaba la entrevista, quedaba claro que Iván estaba dispuesto a compartir, pero también a marcar límites.
—No voy a hacer de este bebé un personaje público —advirtió—. Aprendí con los años que hay cosas que se cuidan mejor cuando no están bajo los reflectores.
Agradeció el cariño, las felicitaciones, los mensajes. Pero dejó claro algo:
—Lo conté aquí porque no quería que se enteraran por otros lados, ni por “fuentes cercanas”, ni por rumores. Pero de ahí a convertir cada ecografía, cada control, cada detalle en noticia… no. Esa parte es nuestra.
En redes, muchos aplaudieron justo eso: la decisión de hablar por iniciativa propia, no como reacción a una filtración.
—Durante mi carrera deportiva —recordó—, hubo muchas cosas que se dijeron de mí sin que yo hablara. Esta vez no quería que fuera así. Quería mirarlos a los ojos y decir: “Sí, es verdad. Viene mi tercer hijo. Y estoy feliz, nervioso, agradecido… todo junto”.
Lo que este anuncio dice de él, más allá del titular
El conductor, cerrando el segmento, intentó resumir lo que acababan de vivir.
—Hoy no vino el exgoleador —dijo—. Hoy vino el hombre, el papá, el que se atreve a empezar otra vez.
Zamorano se encogió un poco de hombros, con modestia.
—Soy el mismo —respondió—. Sólo que con otra camiseta. Antes me jugaba la vida por noventa minutos. Ahora me la voy a jugar día a día, cambiando pañales y preparándole leche a un bebé que, ojalá, algún día entienda que su papá decidió decirle que sí a la vida una vez más.
Miró a cámara con una expresión que mezclaba orgullo y vulnerabilidad.
—A todos los que están del otro lado —añadió—, les digo algo: nunca subestimen la capacidad que tiene la vida de sorprenderlos. Uno cree que ya lo vio todo… y de repente suena un corazón nuevo y te cambia el partido.
El eco después del programa
Cuando el programa terminó, el estudio seguía vibrando. Técnicos, productores, maquilladoras, camarógrafos se acercaron a abrazarlo, a felicitarlo, a hacerle la broma inevitable de “vas a tener que empezar a entrenar otra vez, pero ahora para correr detrás de un niño pequeño”.
En redes, las tendencias ya estaban inundadas de mensajes:
“Bam Bam papá otra vez”
“El mejor gol de Iván llega a los 58”
“Nunca es tarde para agrandar el equipo”
Otros, más reflexivos, escribían:
“Qué valiente hablar así, sin poses”.
“Me emocionó verlo tan auténtico”.
“Se nota que lo vive desde el agradecimiento”.
Entre memes, análisis futboleros reciclados y videos cortos con la ecografía en pantalla, algo quedó claro: la noticia había tocado una fibra más allá del chisme.
Porque, al final, no se trataba sólo de que un exfutbolista famoso fuera a tener un hijo a los 58. Se trataba de algo más universal: la posibilidad de empezar de nuevo, de decirle que sí a un desafío grande cuando muchos preferirían quedarse en la tribuna.
El partido que apenas empieza
Cerca de la medianoche, ya sin luces, sin micrófonos, sin apuntadores, Iván salió del canal con el teléfono vibrando sin parar. Mensajes de amigos, de excompañeros, de gente que llevaba años sin escribirle.
Se detuvo, miró al cielo por un segundo y sonrió.
Había jugado finales importantes, levantado trofeos, escuchado himnos frente a miles de personas. Pero lo que acababa de hacer tenía otro sabor: el de compartir, sin máscara y sin coraza, que estaba a punto de vivir, de nuevo, la experiencia más intensa de todas.
No sabía cuántas madrugadas le esperaban, cuántas veces tendría que arrullar, cuántas veces se preguntaría si estaba haciéndolo bien. Lo único que sabía, con absoluta certeza, era esto:
El partido más importante de su vida no tenía marcador ni árbitro.
Tenía un pequeño corazón latiendo en una ecografía.
Y, a los 58 años, estaba listo para salir a la cancha otra vez.
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