En la interminable saga que ha redefinido las crónicas de sociedad y las rupturas mediáticas, cuando parecía que el último capítulo estaba escrito con tinta de despecho musical, la realidad vuelve a superar a la ficción. Shakira, la artista global que transformó su dolor en himnos de facturación, ha ejecutado su movimiento más estratégico y silencioso hasta la fecha. No se trata de una nueva canción, ni de una indirecta en redes sociales. Se trata de un golpe maestro legal y financiero que resuena con la fuerza de una sentencia: la cantante colombiana ha logrado desalojar a sus ex suegros, Joan Piqué y Montserrat Bernabeu, de la icónica mansión de Esplugues de Llobregat.
La noticia, que ha caído como una bomba en el panorama mediático, redefine el equilibrio de poder en esta compleja separación. Ya no es solo la mujer herida que exponía sus cicatrices; es la estratega que, tras ser acorralada, ha recuperado el tablero de juego. Este movimiento no solo es una victoria simbólica, sino una recuperación tangible de su poder y patrimonio, demostrando que, efectivamente, las mujeres ya no lloran: planifican, facturan y, en este caso, recuperan lo que es suyo.
Para entender la magnitud de esta jugada, hay que rebobinar la cinta de los últimos meses, un período de tensión palpable. La guerra fría se calentó con el lanzamiento de “El Jefe”, una canción que no solo era un éxito de ritmo, sino un dardo directo al corazón empresarial de la familia Piqué. Al denunciar la explotación de la niñera de sus hijos, Lili Melgar, supuestamente despedida sin indemnización por el patriarca del clan, Shakira cruzaba una nueva línea. Ya no era solo Gerard Piqué el objetivo; era su padre, Joan Piqué, el administrador del conglomerado familiar.
La respuesta del entorno Piqué no se hizo esperar. La prensa afín intensificó sus críticas hacia la colombiana, y el propio Joan Piqué, en un gesto de desdén, publicaba en su estado de WhatsApp la frase “bailando con lobas”, una burla directa a la artista. Era la continuación de una serie de humillaciones públicas y privadas, como aquella infame imagen viralizada donde Montserrat Bernabeu mandaba a callar a Shakira tomándola bruscamente del rostro.

El punto álgido de esta ofensiva fue el desalojo de la propia Shakira. Tras la ruptura, Joan Piqué, en su calidad de administrador de la sociedad propietaria de la mansión, envió una carta a la cantante instándola a abandonar la propiedad. Fue un acto de expulsión sin contemplaciones, un movimiento que obligó a Shakira a adelantar su mudanza a Miami. Muchos interpretaron que la cantante había tenido que ceder la lujosa propiedad como moneda de cambio para conseguir el bien más preciado: la custodia de sus hijos y el permiso para llevárselos de España. Parecía una derrota inmobiliaria a cambio de una victoria maternal.
Pero Shakira, como ha demostrado, sabe jugar a largo plazo. Aquella salida, con sus padres enfermos y el corazón roto, no fue una rendición, sino una retirada táctica. En su mente, quizás, resonaba una promesa silenciosa: “Volveré”. Y lo ha hecho, no con un camión de mudanzas, sino con el poder de un contrato.
La clave de todo este terremoto es un nuevo acuerdo, calificado por fuentes cercanas como “histórico”, entre Shakira y Gerard Piqué. Tras meses de desacuerdos irreconciliables, la ex pareja finalmente ha pactado la venta del complejo residencial completo. Hablamos de una propiedad estratosférica de 3.800 metros cuadrados, valorada en aproximadamente 15 millones de euros, que no solo incluye la mansión principal donde vivía la pareja, sino otras dos casas adosadas.
Aquí es donde reside la brillantez de la estrategia de Shakira. Una de esas casas adosadas era, y sigue siendo, la residencia de Joan Piqué y Montserrat Bernabeu. La otra, fue el hogar de los padres de la cantante, Don William Mebarak y Doña Nidia Ripoll, quienes vivían pared con pared con sus consuegros, en una distribución que en su día fue símbolo de unión familiar y hoy es el escenario de su desintegración.
El pacto tiene una cláusula letal para los Piqué-Bernabeu: las tres viviendas deben venderse como un lote único e inseparable. No hay opción de compra parcial. Quien adquiera el complejo, lo adquiere todo. Esta condición, aparentemente logística, es en realidad la orden de desalojo para los padres del ex futbolista. Al poner el complejo entero en el mercado, Shakira fuerza, legal y contractualmente, a que sus ex suegros tengan que abandonar la que ha sido su casa durante años. El cazador ha sido cazado. Los que un día firmaron la carta de desahucio de la estrella mundial, hoy tienen que hacer sus propias maletas.
Pero la victoria de la colombiana no es meramente emocional o simbólica. Es, sobre todo, una victoria financiera rotunda. Aunque Joan Piqué sigue siendo el administrador de la sociedad que figura como propietaria, el nuevo acuerdo revelaría un “pacto oculto” que blinda los intereses de la artista. Según ha trascendido, Shakira habría renunciado en su día a la mansión principal, pero no a la propiedad de las otras dos viviendas.
Este detalle es crucial. Al forzar la venta conjunta, y siendo ella propietaria de dos tercios del complejo (o al menos teniendo derechos sobre ellos), la cantante no solo recupera su inversión, sino que se asegura una participación mayoritaria en los 15 millones de euros de la venta. Las informaciones apuntan a que Shakira podría recibir hasta el 50% o más del total de la operación. Es la definición literal de “facturar”.
Este giro de guion ofrece una justicia poética que ni el mejor de los compositores podría haber ideado. La misma mansión desde cuyo balcón Shakira puso la famosa bruja mirando directamente a la casa de su suegra, el mismo jardín donde Clara Chía fue supuestamente descubierta por la mermelada, y la misma piscina donde se bañaba mientras Shakira lloraba, se convierte ahora en el epicentro de su triunfo.
Mientras Joan Piqué era visto recientemente entrando altivo en su coche de alta gama, sonriendo con suficiencia ante las preguntas por “El Jefe”, quizás no contaba con que el verdadero “jefe” en esta historia tenía un equipo legal de primer nivel, sin vínculos con el poder catalán, que estaba preparando el jaque mate.
Este movimiento cierra un ciclo de dolor y humillación. Cuando Shakira partió a Miami, lo hizo llorando, empacando los “sueños rotos” de una familia deshecha, como cantaba en “Acróstico”. Hoy, desde la distancia, observa cómo aquellos que la expulsaron son ahora los expulsados. Ha recuperado su poder económico y ha infligido una derrota incontestable al clan Piqué. Shakira no solo se ha quedado con sus mayores tesoros, sus hijos Milan y Sasha; ha demostrado que en el juego del poder, ella es quien pone las reglas. La loba ha vuelto, no para bailar con ellos, sino para reclamar la manada.
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