Una concurrida carretera de California fue testigo de una mañana de terror sin precedentes. El Tesla Cybertruck, el último icono tecnológico de Elon Musk, perdió repentinamente el control a gran velocidad. En un abrir y cerrar de ojos, se escuchó un fuerte estruendo, la gigantesca carrocería giró y explotó en una gigantesca bola de fuego justo en medio del carril. Trozos de metal al rojo vivo volaron por todas partes y una humareda negra cubrió el cielo.

Un testigo conmocionado relató: «Vi el Cybertruck acelerando y, de repente, empezaron a salir chispas de debajo del coche. Inmediatamente después, se produjo una terrible explosión y el coche explotó como una bomba. Nadie tuvo tiempo de comprender lo que estaba sucediendo».

La policía y los bomberos llegaron de inmediato. Las sirenas sonaron, los camiones de bomberos apagaron las llamas y los paramédicos se adentraron en la nube de humo. Pero cuando sacaron a Musk de la cabina, estaba inmóvil, con todo el cuerpo quemado. Los paramédicos lo intentaron desesperadamente: respiración artificial, compresiones torácicas y máscaras de oxígeno. El desfibrilador dio “¡despejado!”, su cuerpo se sacudió y se desplomó. Tras 15 minutos de RCP infructuosa, el jefe de policía local se vio obligado a confirmar: “Elon Musk murió en el acto”.

La noticia corrió como la pólvora. El mundo quedó atónito. Nasdaq suspendió temporalmente la cotización de las acciones de Tesla. Twitter y TikTok se inundaron con las etiquetas #RIPMusk y #PrayForElon; millones de personas expresaron su conmoción. En Los Ángeles, los fans se congregaron frente a la sede de Tesla; velas blancas cubrían las aceras. Times Square, en Nueva York, proyectó la frase: “Adiós Elon”. Tokio, Berlín, París: las principales ciudades se sumieron en el luto.

Se produjo un doble incidente cuando miles de aficionados acudieron a la autopista donde ocurrió el accidente, empujando las barricadas para ver la escena. Parte del paso elevado se derrumbó debido a la sobrecarga, hiriendo a decenas de personas. Llegaron helicópteros de rescate y las sirenas superpuestas resonaron en el cielo.

En la sala de reuniones de emergencia de SpaceX, los ingenieros guardaron silencio. Un colega sollozó: «Él fue la razón por la que nos atrevimos a soñar». La familia de Musk emitió un breve comunicado: «Elon murió creyendo en la tecnología». Esa noche, millones de velas se encendieron en todo el mundo. La playa de Santa Mónica se convirtió en un mar de gente rezando, París erigió una estatua temporal cubierta de flores blancas, Tokio alineó Teslas en forma de corazón. Y, por capricho del destino, el hombre que había desafiado los límites de la humanidad murió en medio de su propio coche, dejando tras de sí un vacío que jamás podría llenarse.