Hubo un tiempo en que fue “La Primerísima”: el símbolo viviente de Venezuela, la mujer que llevó su voz más allá de las fronteras, iluminando escenarios con plumas, orquestas y melodías inmortales. Pero hoy, con más de 80 años, Mirla Castellanos –la leyenda que hizo inclinarse a toda América Latina– vive en el silencio, la soledad y la sombra de pérdidas personales. ¿Será que Venezuela ha olvidado a la voz que una vez la hizo grande ante el mundo?

De una infancia marcada por el abandono a la decisión de ser diva

Nacida en 1941 en Valencia, Mirla creció en una familia humilde: un padre ausente y una madre soltera, Carmen Aurora, que además de sostenerla fue su primera representante. La pobreza y el estigma forjaron en ella una voluntad de hierro: triunfar a toda costa. De los programas infantiles en la radio local a los ensayos frente al espejo imitando a Lola Flores, Mirla convirtió su dolor en la base de una carrera artística.

Una carrera que comenzó con escándalo

En 1960, apareció en televisión con un atuendo impensable para la época: pantalones con tirantes y un suéter a la cadera. Un gesto mínimo que desató murmullos y escándalo, pero también señaló a una artista dispuesta a desafiar normas conservadoras. Poco después, se consolidó como una de las nuevas voces del pop romántico en Venezuela, alejándose de lo folclórico.

El ascenso internacional de “La Primerísima”

Con triunfos en festivales como Benidorm, OTI y Onda Nueva, Mirla se ganó un lugar en la música latina. Junto a su primer esposo, el actor Miguel Ángel Landa, condujo el exitoso programa “Él y Ella”, que marcó la televisión venezolana. En los escenarios, revolucionó el espectáculo nacional con orquestas, bailarines y producciones de nivel internacional. Vendió más de 13 millones de discos, ganó un Billboard, recibió discos de oro en Puerto Rico y fue rostro habitual en Miss Venezuela y Miss Universo.

Las heridas detrás de la fama

La gloria nunca ocultó sus derrotas íntimas: un matrimonio roto con Landa, rivalidades en el medio, la amarga pérdida de canciones ofrecidas por Juan Gabriel que terminaron en la voz de Rocío Dúrcal. Intentó entrar en la política, pero salió desencantada. Y aunque halló estabilidad en su segundo esposo, el empresario Miguel Ángel Martínez, la muerte de éste en 2024 la sumió en un duelo profundo.

¿Una leyenda que el tiempo dejó atrás?

A los 80 y tantos, Mirla insiste en que “trabajar es su oxígeno”, pero la realidad pesa: la salud frágil, los colegas ausentes y un público que hoy prefiere reguetón o trap. Incluso un episodio trivial, quedar atrapada en un ascensor en Madrid, se convirtió en símbolo de vulnerabilidad: la diva de antaño esperando ser rescatada.

La pregunta final resuena con crudeza: ¿recuerda Venezuela a “La Primerísima”? ¿O su nombre quedó sepultado en la memoria de una época dorada que ya no volverá?