Han pasado diez años desde la partida de Nelson Ned – “El pequeño gigante de la canción” – y hoy, las confesiones de su hija Verónica vuelven a sacudir a la opinión pública. Detrás de la imagen gloriosa de una leyenda de la música latinoamericana, se esconde una realidad amarga: el artista que conquistó millones de corazones con su voz también vivió atrapado en la oscuridad de las adicciones, la violencia y una soledad devastadora.

Infancia diferente y camino hacia la música

Desde su nacimiento, Nelson Ned enfrentó una dura prueba: fue diagnosticado con displasia espondiloepifisaria, una condición que le causó enanismo. Sus padres eligieron no crearle un mundo artificial, sino prepararlo para enfrentar la vida con firmeza y amor. Muy pronto la música se convirtió en su refugio. A los cinco años ya conquistaba al público en la radio, y siendo adolescente debutó en la televisión brasileña, revelándose como un talento fuera de lo común.

El brillo del escenario y la gloria internacional

En la década de los 70, Nelson Ned alcanzó alturas que pocos artistas latinoamericanos han logrado. Cantó en el Carnegie Hall, el Madison Square Garden, vendió 50 millones de discos y se convirtió en el primer latino en superar el millón de copias en Estados Unidos gracias al éxito de “Happy Birthday My Darling”. México lo abrazó como uno de los suyos, y la prensa le otorgó el apodo entrañable de “El pequeño gigante de la canción”.

Detrás del mito: adicciones, arrogancia y violencia

Según relata Verónica, la figura pública de Nelson Ned y su vida privada eran dos realidades opuestas. En la intimidad, estaba dominado por el alcohol, la cocaína y un estilo de vida desenfrenado. Confesó beber dos botellas de whisky al día, consumir cocaína regularmente y usarla como herramienta de seducción. La relación con las mujeres estuvo marcada por la frivolidad y el abuso emocional. Esa vida lo llevó a perder lo más valioso: la cercanía de sus hijos y la estabilidad de su matrimonio.

El regreso a la fe y la “segunda vida”

Tras tocar fondo, en 1993 Nelson Ned encontró refugio en la fe evangélica y dedicó el resto de su carrera a la música cristiana. Él mismo decía: “Ya no canto para auditorios llenos, sino para corazones vacíos que necesitan ser tocados”. En 1996 publicó su autobiografía “El pequeño gigante de la canción”, donde relató su tránsito del pecado a la redención y se definió como “el cartero de Dios”. Sin embargo, la reconciliación con su familia fue difícil: aunque Dios lo perdonó, las cicatrices emocionales en sus hijos resultaron más complejas de sanar.

Últimos años: enfermedad y soledad

En la vejez, el cuerpo de Nelson Ned no resistió. Sufrió diabetes, hipertensión, ceguera parcial y un derrame cerebral que lo dejó al borde de la muerte. En sus últimos días, vivió recluido en un asilo, con la salud muy deteriorada. El 5 de enero de 2014 falleció a los 66 años, víctima de complicaciones respiratorias e infecciones. Su cuerpo fue cremado y sus cenizas descansan en São Paulo.

Epílogo

Nelson Ned fue orgullo de la música latinoamericana, pero también un ejemplo de cómo la fama puede destruir a un hombre. Como resume Verónica con dolor: la luz del escenario convirtió a su padre en leyenda para el mundo, pero en casa dejó cicatrices imborrables y un vacío imposible de llenar.