Rodeado de coronas blancas y el suave brillo de la luz de las velas, su querido chihuahua, Duke, fue llevado por la familia para descansar tranquilamente junto al ataúd, sus ojos tristes aún buscando la voz resonante y familiar que una vez lo convocó. El devoto compañero que apoyó a Hogan durante años de soledad ahora se había transformado en un silencioso emblema de lealtad tácita, conmoviendo a todos los presentes, incluidos los espectadores, hasta las lágrimas. Y cuando el pequeño perro apoyó tiernamente su cabeza contra el ataúd, pareció que todo el mundo se dio cuenta: un poderoso campeón se había ido… sin embargo, el amor anidado en los corazones incluso de los seres más pequeños perduraría eternamente. – BN En una habitación llena de tranquila luz de velas, coronas blancas y un silencio casi sagrado, amigos y seres queridos se reunieron para dar su último adiós al ícono de la WWE Hulk Hogan. Pero no fueron solo familiares o compañeros luchadores los que vinieron a rendir homenaje a la leyenda más grande que la vida. En el centro de la habitación, sentado tranquilamente junto al ataúd, estaba alguien cuya presencia cautivó los corazones de todos los presentes: Duke, el amado chihuahua de Hogan, cuya pequeña estatura albergaba un mundo de emociones.
El pequeño perro permanecía inmóvil, con los ojos llenos de confusión y tristeza, como si aún escuchara la voz grave y áspera que solía llamarlo. Duke había estado al lado de Hogan durante años, especialmente en sus momentos más privados y vulnerables, lejos de los focos. Mientras que el mundo conocía a la poderosa figura que irrumpió en el ring e inspiró a millones, Duke conocía al hombre más tranquilo: el que pasaba noches enteras curándose heridas, rememorando viejos recuerdos y hablando suavemente con el perro acurrucado a su lado.

Duke no era solo una mascota. Fue un compañero constante en los momentos más humanos de Hogan. En los últimos momentos de la vida de la leyenda de la lucha libre, cuando las ovaciones se apagaban y las cámaras se alejaban, Duke permaneció. Durante las hospitalizaciones, las largas noches en casa y las tranquilas mañanas en las que Hogan se sentaba a reflexionar sobre su larga y memorable vida, Duke estaba allí: acurrucado a sus pies, apoyado en su pecho o simplemente sentado en silencio, en solidaridad.

Sin duda.
La decisión de llevar a Duke al funeral fue de la familia de Hogan, conocedora del profundo vínculo entre el hombre y el perro. Sabían que esta despedida no estaría completa sin la presencia de la única alma que nunca se separó de Hogan, sin importar lo oscuros que fueran los días. Mientras los dolientes entraban en la sala, muchos se enjugaron las lágrimas al ver al pequeño chihuahua posado sobre un paño de terciopelo junto al ataúd, con su diminuto cuerpo quieto y solemne.

No hubo ladridos ni movimientos, solo la silenciosa vigilia de una criatura que parecía comprender que su mejor amigo ya no estaba. Y cuando Duke apoyó suavemente la cabeza contra la madera pulida del ataúd, un suave jadeo recorrió la habitación. Incluso los más fuertes —atletas, entrenadores, viejos amigos— se conmovieron hasta las lágrimas. Fue un momento tan crudo, tan profundamente humano, que las palabras se quedaron sin palabras.

En ese momento, la grandeza de la imagen pública de Hulk Hogan —el luchador musculoso, el ícono de la cultura pop, la presencia indomable en la historia del deporte estadounidense— se desvaneció, revelando algo aún más poderoso: un hombre profundamente amado, no solo por millones, sino por un pequeño perro que le había brindado lealtad y afecto incondicionales.

Para quienes conocían personalmente a Hogan, Duke era una imagen familiar. A menudo acompañaba a la leyenda en paseos cortos, aparecía en vídeos caseros casuales e incluso se le mencionaba con cariño en conversaciones privadas. «Ese perro me mantiene con los pies en la tierra», dijo Hogan una vez, según se dice. «No le importa lo famoso que fuera. Solo quiere que vuelva a casa».

Ahora Hulk Hogan disfruta de un momento de relax con su perro en el jacuzzi. Sé como Hulk Hogan: r/teenagers.
Ahora, con el hombre que esperaba que nunca regresara, Duke había asumido un nuevo rol: no solo como compañero, sino como símbolo de algo puro y duradero. En un mundo que a menudo ignora el amor silencioso por los animales, Duke recordó a todos el poder de la lealtad, la presencia y los lazos inquebrantables que perduran más allá de la muerte.

La ceremonia en sí se mantuvo discreta a propósito. Sin fanfarrias, discursos ni prensa. Solo el silencio de las velas, el susurro de las oraciones y la respiración suave y constante de un perro que se negaba a estar en otro lugar. La familia de Hogan compartió posteriormente que Duke no se había separado del ataúd ni una sola vez durante el servicio privado.

Tras la ceremonia, muchos de los asistentes, incluyendo amigos cercanos y compañeros atletas, reflexionaron sobre el momento en que Duke apoyó la cabeza en el ataúd. Fue descrito como “el momento más emotivo del día”, un gesto que decía más que cualquier panegírico.

Hulk Hogan quizá fue recordado por sus cinturones de campeón, sus combates legendarios y su inolvidable personalidad en el ring. Pero al final, fue el amor de un pequeño chihuahua llamado Duke lo que les recordó a todos quién era realmente: un hombre capaz de una gran fuerza, pero también de una gran ternura.

Mientras la familia llevaba a Duke a casa esa noche, el perrito miró hacia atrás una vez, como si memorizara el lugar donde habían enterrado a su mejor amigo. Y aunque quizá nunca vuelva a oír esa voz familiar, el vínculo entre ellos permanece intacto: un testimonio silencioso de que el amor, en todas sus formas, nunca muere del todo.

En efecto, un gran guerrero ha partido. Pero el amor que inspiró, incluso en los corazones más pequeños, resonará por generaciones venideras.