A los 80 años, Rosendo Cantú finalmente rompió el muro de silencio y dejó atónito al mundo de la música mexicana. Pero su confesión no es solo un capítulo de memorias personales, sino también una llamada de atención sobre lo que se oculta detrás de los reflectores: poder, traición y miedo.

Un comienzo prometedor

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Rosendo Cantú ingresó a la música norteña a los 18 años con el grupo Los Vagabundos del Norte. Allí conoció a Ramiro “el Gordo” Sánchez, a quien consideró un hermano y que más tarde se convertiría en su peor enemigo. Mientras Rosendo componía, Ramiro se encargaba de los contratos. Recorrieron ferias, bares y hasta estacionamientos improvisados, donde comenzó a gestarse una leyenda.

Fama y el precio a pagar

En los años 80 alcanzó la cima con “Carta Número Tres” y “Perdóname”. Pero junto a los aplausos surgieron las grietas: dinero desaparecido, cintas extraviadas, conciertos cancelados. Cuando el grupo pasó a llamarse simplemente “Rosendo”, no fue solo un cambio artístico, sino una despedida tajante de Ramiro. Rumores hablaban de una cinta con secretos mortales: adicciones, deudas y nombres demasiado poderosos para pronunciarse.

Sombras fuera del escenario

La fama le costó su familia. Su esposa Leticia lo dejó, y la herida más profunda fue perder la infancia de su hija Maritza. En público, Rosendo donaba, subastaba su sombrero blanco en beneficio de mujeres maltratadas. En privado, el alcohol, el tabaco y la enfermedad lo debilitaban. Su colapso en un escenario de Chihuahua en 1995 fue la primera señal del abismo.

“La noche fatídica” y la decisión de retirarse

En 1999 reapareció junto a su hija, un instante de felicidad breve. Pero detrás estaba la amenaza de un hombre poderoso de Monterrey: “Nunca hables de lo que viste aquella noche”. Esa noche terminó con su amistad con Ramiro, se vinculó a la cinta perdida y lo marcó para siempre. Rosendo abandonó los escenarios, construyó una casa en la sierra y comenzó un libro que solo sería publicado tras su muerte.

Dos décadas de silencio y expiación

Rosendo se hundió en el alcohol. Desapareció cinco días y fue hallado en un motel repitiendo: “Yo no apagué esa cámara”. La industria lo desechó como “loco”. Solo en 2010, gracias a la periodista Dalia Romo, recuperó poco a poco su voz, aunque evitando tres temas prohibidos: Ramiro, la cinta y el palenque de Saltillo.

La confesión final

En 2025, en una transmisión en vivo, admitió que el miedo le había robado 20 años de vida. No se declaró héroe ni buscó redención, solo paz y verdad. Hoy vive en una granja sencilla en Monterrey, compone “con remordimiento y deseo de perdón”, y disfruta de los momentos junto a Maritza y sus nietos como sus “únicos conciertos valiosos”.

La verdad duele, pero libera

La historia de Rosendo Cantú no es solo la tragedia de un hombre, sino también un espejo del lado oscuro de la industria musical. En sus palabras finales, dejó un mensaje contundente:
“La verdad puede doler, sí, pero también libera.