Hay artistas que son recordados por un brillo interminable, pero también hay quienes entran en la leyenda gracias a su silencio. Juan Pardo – la “mano invisible” de la música española – es un ejemplo perfecto. Tras haber escrito páginas inolvidables en la historia musical, desapareció de los escenarios y eligió una vida tan silenciosa que dejó una pregunta inevitable: ¿detrás de la gloria existía una tristeza escondida durante más de cincuenta años?

Del uniforme militar frustrado a la estrella musical

Nacido en Palma de Mallorca en una familia de tradición naval, el destino parecía empujar a Juan Pardo hacia la carrera militar. Sin embargo, un diagnóstico de daltonismo cerró esa puerta. Para su padre, un almirante, fue un fracaso; para Juan, una liberación. La música se convirtió en el refugio que le permitió escapar de una disciplina que nunca le perteneció.

A los 18 años se trasladó a Madrid con una convicción firme: aprender, crear y vivir para la música. Sin estudios formales, era considerado una “grabadora viviente”, capaz de reproducir cada nota con precisión solo gracias a su memoria.

Los Brincos y las heridas imposibles de sanar

El nombre de Juan Pardo se asoció rápidamente a Los Brincos, conocidos como “los Beatles españoles”. El dúo formado con Junior fue un fenómeno, pero tras el éxito se escondían tensiones irreconciliables. La decisión de Juan de eliminar la voz de Junior en una grabación rompió la amistad y marcó el inicio de una guerra fría artística.

El drama aumentó cuando Rocío Dúrcal – el gran amor de Juan – lo abandonó para casarse con Junior. Amor, amistad y música se derrumbaron de golpe. En lugar de venganza, Juan eligió el silencio. Ese silencio lo convirtió en uno de los personajes más enigmáticos de la música española y alimentó la duda: ¿cómo logró soportar esa herida?

La “mano invisible” de la música española

En los años 70, Juan Pardo triunfó como solista, pero lo más notable fue su decisión de no buscar gloria personal. Prefirió escribir para otros: Rocío Jurado, Miguel Bosé, Ana Belén, Camilo Sesto…

La industria lo bautizó como la “mano invisible”: un creador capaz de moldear generaciones enteras sin necesidad de figurar. Para él, la invisibilidad era poder, y el silencio, un principio de vida.

Familia y pérdidas silenciosas

Su matrimonio con la cantante cubana Emy de la Cal duró 13 años y les dio dos hijas, Lis y Teba. Lis heredó la vena musical y llegó a cantar con él en “Anduriña”; Teba eligió la discreción. Aunque la relación terminó en divorcio, ambos mantuvieron una relación cordial, fiel al carácter sereno de Juan.

Para sus hijas fue un padre estricto pero cariñoso; para el público, cada vez más un fantasma que se desvanecía entre sombras.

Un retiro elegante y definitivo

Desde los años 90, Juan Pardo comenzó a retirarse poco a poco. Su último álbum de estudio, Luachea, fue un retrato familiar en forma de música. Después, prácticamente desapareció de la vida pública. Su breve aparición en televisión junto a su hija Lis solo aumentó la nostalgia de los admiradores.

En 2019, tras el funeral de su amigo Camilo VI, se retiró por completo: sin entrevistas, sin redes sociales, sin memorias. Eligió la pintura como nueva pasión y encontró en los pinceles la calma que ya no buscaba en los aplausos.

¿Una vida triste o una elección noble?

Para muchos, la vejez de Juan Pardo parece demasiado triste: aislamiento, ausencia de fama, silencio absoluto. Pero para él, esa es la verdadera libertad. Su legado es un repertorio de canciones inmortales y una filosofía sencilla: “El arte es libertad pero también muy frágil. Cuídenlo.”

En una de sus últimas entrevistas, cuando le preguntaron cómo quería ser recordado, respondió: “He hecho lo que he podido sin molestar demasiado.” Una frase modesta, casi inadvertida en su momento, que hoy suena como un epitafio involuntario: el de un artista que no necesitó ruido para hacer historia.