“Sergio Goyri sorprende a México y al mundo al admitir lo impensable sobre Yalitza Aparicio: verdades ocultas, declaraciones explosivas y un arrepentimiento que llega demasiado tarde. El actor revela lo que todos sospechaban y que podría cambiar para siempre su imagen ante el público.”

El mundo del espectáculo mexicano no olvida fácilmente las palabras que hace algunos años Sergio Goyri lanzó contra Yalitza Aparicio, la actriz oaxaqueña que conquistó Hollywood con su interpretación en Roma. A sus 66 años, el veterano actor de telenovelas ha decidido enfrentar el fantasma de aquella polémica y revelar lo que muchos sospechaban, pero que hasta ahora jamás se había atrevido a admitir públicamente.

El insulto que marcó su carrera

En 2019, un video filtrado mostró a Goyri calificando de manera despectiva a Yalitza, llamándola “pinche india” y cuestionando su nominación al Oscar. Aquellas palabras desataron una tormenta mediática, destruyendo su imagen y cerrándole puertas en proyectos televisivos. El actor, acostumbrado a los reflectores y al respeto del público, quedó de pronto señalado como símbolo de racismo y desprecio hacia las raíces indígenas.

Lo que parecía un comentario privado se convirtió en un escándalo internacional que empañó décadas de trayectoria artística. Yalitza, en cambio, respondió con elegancia y silencio, ganándose aún más admiradores y consolidando su imagen como un ícono de lucha y dignidad.

La confesión después de años de silencio

Hoy, con el paso del tiempo y con el peso de los años encima, Sergio Goyri admite lo que en su momento negó: que aquellas palabras nacieron de la envidia, del resentimiento y de una visión cerrada de la industria. En una entrevista reciente, el actor confesó que le costaba aceptar que una mujer indígena, sin formación actoral tradicional, pudiera alcanzar en meses lo que él había buscado durante décadas.

“Fue un error imperdonable. Lo que dije no fue solo ofensivo para Yalitza, fue una bofetada para millones de mexicanos que ven en ella un orgullo. Lo hice por ego, por celos, y lo lamento profundamente”, reconoció con la voz entrecortada.

Estas declaraciones reabren una herida en el mundo del espectáculo, pero también muestran un lado vulnerable de un hombre que durante años mantuvo una imagen de dureza y arrogancia.

El costo de un error

La carrera de Goyri nunca volvió a ser la misma. Aunque intentó disculparse en varias ocasiones, las críticas lo persiguieron sin piedad. Proyectos cancelados, productores que le dieron la espalda y un público que no olvida fácilmente fueron el precio que pagó. Lo que alguna vez fue un rostro recurrente en telenovelas de horario estelar se transformó en un recuerdo incómodo para las televisoras.

En contraste, Yalitza Aparicio se convirtió en activista, defensora de los derechos de las comunidades indígenas y de las trabajadoras del hogar. Su figura trascendió el cine y se volvió un símbolo de cambio social. La ironía es brutal: mientras Goyri se hundía en la polémica, la mujer a la que insultó brillaba cada vez más.

¿Redención o estrategia?

La confesión de Goyri a los 66 años genera opiniones encontradas. Algunos lo ven como un acto genuino de arrepentimiento, una manera de limpiar su conciencia antes de que sea demasiado tarde. Otros sospechan que se trata de una estrategia desesperada para recuperar algo del prestigio perdido.

Lo cierto es que sus palabras sacuden nuevamente al mundo del espectáculo. Admitir que la envidia y la discriminación fueron la raíz de su ofensa desnuda las tensiones ocultas de una industria que durante décadas marginó a los actores indígenas y privilegió la apariencia sobre el talento.

Yalitza, el silencio que habla

Hasta ahora, Yalitza no ha respondido a esta nueva confesión. Fiel a su estilo, probablemente prefiera dejar que sus acciones hablen por ella. Su éxito, sus campañas internacionales y su creciente reconocimiento global son una respuesta más contundente que cualquier declaración.

Para muchos, la confesión de Goyri llega tarde. El daño ya está hecho, y las palabras ofensivas quedarán grabadas en la memoria colectiva. Sin embargo, también es un recordatorio de que incluso las figuras más duras pueden enfrentar sus errores y reconocer que el verdadero problema no estaba en la otra persona, sino en ellos mismos.