“El anuncio que nadie vio venir: María Soria, tras un prolongado periodo de dolor y retiro, admite que hay alguien nuevo en su vida y abre un capítulo desconocido que mezcla esperanza, culpa y un amor cuidadosamente oculto.”
Durante mucho tiempo, el nombre de María Soria estuvo ligado a dos cosas:
sus personajes intensos en las telenovelas y el profundo amor que siempre declaró sentir por su esposo, Julián Herrera, con quien compartió décadas de vida.
Cuando Julián falleció, el país entero la vio romperse en cámara lenta.
El brillo de sus ojos se opacó, sus apariciones se volvieron escasas, sus entrevistas casi desaparecieron.
En cada pocas declaraciones que daba, se repetía una idea dolorosamente clara:
“Mi corazón está de luto. No estoy lista para nada más.”
Con el tiempo, muchos asumieron que así se quedaría.
Que María era de esas personas que aman una sola vez de forma definitiva.
Por eso, cuando hace unas semanas, en una entrevista íntima, pronunció las palabras que nadie esperaba escuchar, el impacto fue inmediato:
“Pensé que nunca más iba a enamorarme. Estaba segura.
Pero me equivoqué… mi corazón volvió a latir por alguien más.”
La frase, sencilla pero cargada de historia, abrió un capítulo completamente desconocido de su vida.
Y con él, una serie de preguntas, juicios, miedos y esperanzas que hoy la tienen, una vez más, en el centro de todas las miradas.
Un duelo que parecía no terminar nunca
Después de la muerte de Julián, María se refugió en tres cosas:
su familia, algunos proyectos seleccionados con pinzas… y el silencio.
Dejó de aceptar papeles protagónicos, rechazó invitaciones a realities y programas de espectáculo, y se concentró en apariciones breves, casi simbólicas, en homenajes o eventos especiales.
En varias ocasiones, cuando le preguntaron si consideraría rehacer su vida sentimental, ella fue tajante:
“No me imagino con alguien más. No tendría sentido.
A veces el amor es una sola vez.”
Esa declaración se transformó en bandera de muchos de sus seguidores, que repetían la frase como prueba de que la actriz vivía un amor “eterno” incluso más allá de la pérdida.
Pero nadie sabía lo que estaba pasando puertas adentro.
El inicio de un cambio imperceptible
Según contó María en la reciente entrevista que lo cambió todo, el cambio no ocurrió de golpe.
No hubo “flechazo” ni una escena dramática como las que solía interpretar en la pantalla.
El punto de inflexión fue mucho más sencillo:
una tarde cualquiera, en un café discreto, con un amigo de siempre.
Él se llama Alonso Medina, un director de teatro con el que María había trabajado años atrás.
Habían coincidido varias veces en eventos, compartido proyectos, hablado sobre arte y vida, pero siempre como colegas y amigos.
Después de la pérdida de Julián, Alonso fue una de las pocas personas que se atrevió a acercarse sin agenda, sin cámaras, sin intención profesional.
—Me escribía de vez en cuando —relató María—. Nunca insistente, nunca invasivo. Solo para preguntar cómo estaba, para enviarme una canción, para contarme una anécdota absurda. A veces respondía, a veces no.
Durante años, esa dinámica se mantuvo igual: mensajes espaciados, breves, siempre respetuosos.
Hasta que un día, después de una presentación pequeña en un teatro independiente, él esperó a que el público se fuera y se acercó con una propuesta:
—No quiero hablarte de trabajo, María —le dijo—. Quiero invitarte a tomar un café. Nada más.
Si dices que no, lo entenderé. Pero si dices que sí, prometo no hablar del pasado… a menos que tú quieras.
Ella dudó.
Durante mucho tiempo había evitado cualquier situación que pudiera interpretarse como “una cita”.
Sin embargo, algo en la serenidad de Alonso, en su forma de no presionar, la hizo decir:
—Está bien. Un café… nada más.
“No fue amor a primera vista, fue algo más raro”
En la entrevista, María fue muy clara:
“No fue amor a primera vista. Ni siquiera fue un ‘me mueve el piso’.
Fue algo más raro: la sensación de que podía estar con alguien sin fingir que estaba bien.”
Ese primer café se alargó más de lo previsto.
Hablaron de teatro, de libros, de películas viejas.
Alonso evitó mencionar a Julián… hasta que fue ella quien lo nombró.
—Él no cambió de tema, no se incomodó —recordó María—. Solo escuchó.
No intentó consolarme con frases hechas. No me dijo ‘ya es hora de pasar página’ ni nada por el estilo.
Simplemente me dejó hablar.
Esa fue la primera señal.
—Me di cuenta de que no tenía que protegerlo de mi tristeza —explicó—. Con otras personas sentía que mi dolor era una carga. Con él, no.
Pasaron semanas antes de que volvieran a verse.
Cada encuentro parecía cuidadosamente espaciado, como si ninguno quisiera precipitar nada.
El miedo al juicio ajeno… y al propio
Antes de enamorarse de nuevo, María tuvo que enfrentarse a algo aún más difícil: su propia culpa.
“Yo misma me decía cosas terribles —confesó—.
‘¿Cómo piensas en otra persona?’, ‘¿qué diría Julián si te viera?’, ‘¿qué va a pensar la gente que te escuchó decir que jamás volverías a amar?’”
El conflicto no estaba en Alonso, ni en lo que él hacía o decía.
Estaba en ella, en la idea rígida que había construido sobre el amor y la lealtad.
—Hubo un día en que, después de ver a Alonso, me fui a casa y lloré como no lo hacía desde los primeros meses del duelo. No era tristeza por Julián, era miedo. Miedo a estar traicionando algo sagrado.
Una de las frases más duras que reconoció haberse dicho a sí misma fue:
“Si dejo entrar a alguien más, ¿significa que el amor que viví antes era menos real?”
Esa pregunta la persiguió durante meses.
“No lo busqué, pero pasó”
A pesar de las dudas, los encuentros con Alonso se hicieron más frecuentes.
Siempre en lugares tranquilos, sin fotógrafos, sin rumores.
Caminatas en parques casi vacíos, visitas a pequeñas galerías, funciones de teatro poco concurridas.
—Él nunca me pidió nada —contó María—. Nunca me dijo ‘define qué somos’.
Al contrario: repetía que lo importante era que yo estuviera en paz, con o sin él.
Pero el corazón, tarde o temprano, exige claridad.
La primera vez que María reconoció frente a sí misma lo que estaba sintiendo, fue una tarde de lluvia, mientras escuchaba un mensaje de voz que Alonso le había enviado:
“No sé si te das cuenta, pero vuelves a reírte con ganas —le dijo una amiga, al escucharla hablar de él—. No como antes, pero sí de otra manera… menos rota.”
Fue ahí cuando pronunció, sola, en voz baja:
—Creo que me estoy enamorando.
Y la respuesta inmediata, casi automática, fue un latigazo de culpa.
La conversación pendiente con el pasado
Uno de los momentos más emotivos que María relató fue una especie de “diálogo simbólico” que tuvo con el recuerdo de Julián.
“Una noche, me senté en la sala y hablé como si él estuviera frente a mí.
Le dije: ‘No quiero reemplazarte. No puedo.
Pero tampoco quiero seguir viviendo como si hubiera dejado de existir solo porque tú ya no estás aquí.’”
Esa conversación imaginaria no borró la tristeza, pero le dio un permiso que nadie más podía darle:
—Entendí que amar de nuevo no borraba lo que viví.
No era un reemplazo, era otra historia.
Y yo seguía siendo la misma persona que lo amó a él, solo que ahora… con más cicatrices.
Solo después de eso se sintió capaz de hablar con Alonso desde un lugar más honesto.
La confesión: “Mi corazón volvió a latir por alguien más”
La frase que hoy recorre titulares fue, en realidad, dicha primero en voz muy baja, en una banca de un parque casi vacío.
María lo miró a los ojos y le dijo:
“No sé cómo pasó ni en qué momento, pero mi corazón volvió a latir… y tiene mucho que ver contigo.
Me da miedo. Mucho.
Pero también sé que no decirlo sería mentirme.”
Alonso no respondió con un discurso.
No la tomó en brazos ni dramatizó.
Solo le tomó la mano y le dijo:
—Entonces vamos despacio.
No tengo prisa en que seas algo que no estás lista para ser.
Solo quiero estar aquí, si tú me dejas.
Ese tipo de respuesta, lejos de lo que muchos imaginarían en una escena de telenovela, fue precisamente lo que la terminó de desarmar.
—No me exigió nada —dijo—. No convirtió mi confesión en un compromiso inmediato.
Y eso me dio más confianza que cualquier declaración grandilocuente.
El momento público: ¿por qué contarlo ahora?
Muchos se preguntan por qué María decidió hacer pública esta nueva etapa, sabiendo el nivel de juicio que suele desatarse en torno a la vida personal de figuras queridas.
Ella misma lo explicó:
“Durante años, me mostré ante el público como una mujer que había amado una sola vez, que vivía por ese recuerdo y que no contemplaba otra posibilidad.
Si ahora conocieron esa parte de mí, también tienen derecho a saber que la vida me sorprendió.
No quiero que el cariño que me tengan esté basado en una versión incompleta de mi verdad.”
También confesó que una de sus mayores motivaciones fue liberarse del miedo al chisme:
—Si no lo decía yo, tarde o temprano iban a salir fotos, especulaciones, historias a medias.
Preferí ser yo quien contara esta parte, con mis palabras, sin adornos, sin que nadie convierta algo íntimo en un espectáculo malintencionado.
En la entrevista, fue muy enfática:
“No estoy pidiendo permiso para ser feliz.
Solo estoy explicando por qué, después de tanto dolor, me permití abrir una ventana.”
Reacciones: entre la empatía y la incomodidad
La confesión generó una ola inmediata de reacciones.
Muchos mensajes en redes fueron de apoyo:
“Tiene derecho a volver a amar.”
“Qué bonito que después de tanto dolor su corazón haya encontrado calma.”
“El amor no traiciona al amor, simplemente se transforma.”
Pero también aparecieron comentarios incómodos:
“Yo pensaba que su amor era único, me decepciona.”
“Muy pronto.”
“Entonces todo lo que dijo antes, ¿qué fue?”
María asegura que los esperaba.
—Sé que mucha gente idealizó mi historia.
Sé que algunos necesitan que las historias de amor sean lineales, limpias, sin grietas.
La vida real no es así.
Lo que más la sorprendió, sin embargo, fueron los mensajes privados de personas anónimas que le confesaban haber vivido algo similar:
“Perdí al amor de mi vida y años después conocí a alguien más.
No me atrevía a contarlo porque sentía que estaba traicionando su memoria.”
Para María, esos mensajes fueron una confirmación:
—Si mi historia sirve para que alguien deje de castigarse por sentir algo nuevo, todo este ruido habrá valido la pena.
¿Y ahora qué? El futuro de María y Alonso
Por ahora, María no habla de bodas, ni de mudanzas, ni de grandes planes a largo plazo.
—No estamos en una carrera —dice—.
No tengo 20 años ni quiero vivir un romance de escaparate.
Quiero algo tranquilo, honesto, que respete mi historia y la vida que ya he vivido.
Sigue trabajando, aunque elige cuidadosamente lo que acepta.
Alonso continúa con sus proyectos teatrales, la mayoría de ellos lejos del foco masivo.
Se ven, se acompañan, se dan espacio.
No llenan sus redes de fotos juntos ni venden exclusivas.
“No necesito demostrarle a nadie que esto es real —afirma—.
Lo sé yo, lo sabe él, lo saben mis seres queridos. Con eso basta.”
Un mensaje que abre una conversación necesaria
Más allá del impacto inicial, la confesión de María ha abierto una conversación que rara vez se da en voz alta:
¿es “permitido” amar otra vez después de un gran amor?
¿Existe una forma correcta de hacerlo?
¿Quién decide cuándo es “demasiado pronto” o “demasiado tarde”?
María no pretende tener las respuestas definitivas, pero deja clara su postura:
“El amor que viví con Julián fue real, profundo, irrepetible.
Eso nadie me lo quita.
Lo que estoy viviendo ahora con Alonso no compite con eso.
Es otra historia, en otra etapa de mi vida, con otra versión de mí misma.”
Y remata con una frase que, probablemente, se quedará flotando mucho tiempo:
“No se trata de llenar un vacío, sino de aceptar que, aun con el vacío, la vida sigue ofreciéndote momentos que valen la pena.
Y esta vez decidí no cerrarle la puerta.”
Al final del día, lo que conmociona al público no es solo que María Soria tenga a alguien nuevo en su vida.
Lo que realmente incomoda —y a la vez inspira— es ver a una mujer que muchos asociaban únicamente con el dolor y la fidelidad eterna atreverse a elegir algo tan simple y tan complejo como una segunda oportunidad.
Su corazón volvió a latir.
No como antes, no igual, pero sí con la fuerza suficiente para recordarnos algo que a veces olvidamos:
que el amor no siempre llega cuando lo esperamos…
y a veces regresa cuando jurábamos que ya nunca volvería.
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