Un frío martes de noviembre de 2023, Elon Musk se encontraba frente a la sala de juntas de Tesla, con el corazón latiendo con fuerza. Tras esa puerta cerrada, sus seres queridos decidían su destino. «Espera afuera», le había dicho Victoria Sterling, una mujer que se había convertido en una madre para él. Dentro, su novia Luna, su viejo amigo Marcus y su equipo de confianza votaban para despedirlo. Un minuto después, todo cambiaría.

Pero esta no era solo una historia de traición empresarial. Era una historia que comenzó décadas antes, con un niño sentado con las piernas cruzadas en el suelo de su habitación en Pretoria, Sudáfrica. Elon, de diez años, unía cartón, tubos de papel higiénico y papel de aluminio con cinta adhesiva, soñando con cohetes que algún día volarían a Marte. Su padre, Errol, se rió con crueldad al ver el desastre. «Nunca llegarás a nada», se burló, estrellando los frágiles cohetes contra el suelo.

Las lágrimas de Elon nunca cayeron. No delante de su padre. En cambio, les susurró a los pedazos rotos: «Les mostraré a todos. Haré cohetes que vuelen de verdad». Pero la vida no se volvió más fácil. En la escuela, Elon sufría bullying por su amor al espacio y las computadoras. Los otros niños lo llamaban «Niño del Espacio» y «Nerd». Un día, un grupo de niños mayores lo acorraló, burlándose de sus sueños. Tras una dolorosa caída por las escaleras, Elon se encontró en una cama de hospital, con su madre May sosteniéndole la mano. «Algunas personas intentan atenuar las luces brillantes porque les hacen sentir oscuridad por dentro», le dijo. «Prométeme que nunca dejarás de brillar».

Mientras se recuperaba, llegó una visita: Luna Chen, amiga de su hermano menor. Trajo una placa de circuito de la tienda de electrónica de sus padres. Mientras jugueteaban juntos, Luna le enseñó a Elon cómo fluía la electricidad y cómo se podían arreglar las cosas rotas. «Entender cómo funcionan las cosas es como tener superpoderes», dijo. Desde ese día, Luna y Elon se hicieron inseparables, pasando horas en el garaje rodeados de cables y placas de circuito. «Algún día, construiremos algo increíble juntos», prometió Luna.

Pasaron los años. Los sueños de Elon crecieron. Leía libros sobre el espacio que la mayoría de los adultos no entendían. Con el apoyo de Luna, reconstruyó sus maquetas de cohetes, esta vez con componentes electrónicos reales y luces parpadeantes. «Algún día construiré cohetes de verdad», susurró a las estrellas, «y Luna me ayudará a cambiar el mundo».

Décadas después, Elon estaba afuera de esa sala de juntas, recordando al niño que se atrevió a soñar. Quienes estaban dentro —su familia elegida— estaban a punto de decidir si aún pertenecía.

La historia de traición no empezó de la noche a la mañana. En 2015, Tesla estaba al borde del colapso. Los inversores dudaban de los coches eléctricos. Elon, exhausto, presentó el Tesla Roadster a una sala llena de escépticos. Solo una persona le creyó: Victoria Sterling, una multimillonaria de pelo canoso, ojos azules penetrantes y el corazón roto. Su hija Emma había fallecido en un accidente de coche que una mejor tecnología podría haber evitado. «Si los coches eléctricos pueden ayudar a salvar el medio ambiente, quiero formar parte de ello», dijo Victoria. Invirtió 50 millones de dólares y se unió a la junta directiva, prometiendo ayudar a Elon a cumplir su misión, no por dinero, sino por Emma y por todos los niños que merecían un planeta más limpio.

Victoria se convirtió en la protectora más feroz de Elon. Trabajaba muchas horas, llevaba galletas caseras a las reuniones y hacía que la junta directiva se sintiera como una familia. Marcus Rodríguez, exingeniero de la NASA, se unió porque creía que salvar la Tierra era más importante que llegar a Marte. Sarah Kim, abogada ambiental, dejó un trabajo lucrativo para asegurar que su hija pudiera respirar aire limpio. James Morrison, experto en manufactura de Ford, aportó su experiencia en fábricas. Y Luna, ahora una ingeniera de baterías de renombre mundial, regresó, reavivando su amistad de la infancia y, finalmente, enamorándose de Elon.

Pero a medida que las acciones de Tesla se disparaban y el mundo celebraba el genio de Elon, comenzaron a aparecer grietas. La fama trajo consigo presión. Elon tuiteó promesas audaces, a veces demasiado audaces. «Tendremos coches totalmente autónomos para Navidad», anunció, incluso cuando Luna advirtió que la tecnología no estaba lista. La junta directiva se puso nerviosa. Se celebraron reuniones secretas. «Quizás Elon deba centrarse en la visión, no en las operaciones diarias», sugirió Marcus. Se sembró la duda.

Mientras tanto, Luna descubrió pagos sospechosos a un proveedor de baterías de Nevada: millones por encima del precio de mercado. Investigando a fondo, descubrió que la empresa estaba vinculada a Errol Musk, el padre de Elon, con quien estaba distanciado. Peor aún, los contratos llevaban la firma electrónica de Elon, pero él no pudo haberlos firmado. Alguien estaba falsificando su aprobación.

Dividida entre la lealtad y el deber, Luna llevó las pruebas a Victoria. Se convocó una reunión de emergencia de la junta directiva. Mientras el grupo examinaba los documentos, la sospecha y el miedo se extendieron. “¿Confrontamos a Elon o lo destituimos como director ejecutivo hasta que podamos investigar?”, preguntó Victoria. Luna, desconsolada, emitió el voto decisivo. “Voto que sí. Destituyamos a Elon”.

Pero una persona en la mesa llevaba 23 años mintiendo. James Morrison, impulsado por viejos rencores y celos, había orquestado el fraude. Falsificó firmas, manipuló a Luna y creó empresas fantasma para desviar dinero. Cuando le dijeron a Elon que “esperara afuera”, hackeó los sistemas de Tesla y descubrió las pruebas. Mientras la junta se preparaba para despedirlo, Elon irrumpió, exponiendo los crímenes de James con pruebas irrefutables.

James intentó chantajear a la junta directiva con grabaciones secretas de sus propias faltas éticas. Pero Elon se negó a dejarse intimidar. «La misión de Tesla es más grande que cualquier persona, incluyéndome a mí», declaró. Renunció como director ejecutivo, priorizando el futuro de la compañía sobre su orgullo. James fue arrestado. Victoria asumió el cargo, pero el daño ya estaba hecho.

Tras las consecuencias, Luna dejó Tesla, atormentada por la culpa. Los secretos de Victoria —préstamos conflictivos y ganancias ocultas— salieron a la luz. La confianza de la junta directiva se derrumbó. Elon se centró en SpaceX, curando heridas que trascendían el negocio.

Meses después, Luna descubrió la traición final: Victoria había sido socia de James desde el principio, orquestando la destitución de Elon para proteger su fundación y el legado de su hija. Cuando Luna le entregó las pruebas a Elon, este confrontó a Victoria, quien fue arrestada y expulsada de Tesla para siempre.

La junta directiva, escarmentada y humillada, le rogó a Elon que regresara, no como su jefe, sino como socio. «La confianza es como un cohete», dijo Elon. «Una vez que explota, hay que construir uno nuevo desde cero». Juntos, reconstruyeron Tesla, más fuerte y honesta que antes.

A veces, quienes más te lastiman son quienes más te enseñan sobre la confianza, la traición y el perdón. Y a veces, el niño que construyó cohetes con sueños rotos crece para cambiar el mundo, no porque nunca cayó, sino porque siempre se levantó.