Patrick Mahomes descubrió por accidente que todas las noches una niñita negra dormía en la lavandería. Cuando descubrió el motivo, ¡se puso a llorar!

Todas las noches, cuando las calles de Willow Creek se sumían en un silencio silencioso, una niña de 12 años se sentaba sola en un rincón de la lavandería de autoservicio abierta las 24 horas, agarrando un osito de peluche desgastado.

Sus ojos estaban cargados de secretos demasiado oscuros para que una niña pudiera soportarlos. Todas las noches, esperaba, observaba, se escondía, sin saber quién podía verla o a quién le importaba.

Patrick Mahomes, el mariscal de campo de los Kansas City Chiefs, se encontraba en Willow Creek filmando un documental sobre los héroes de la comunidad.

El pequeño pueblo no era gran cosa (apenas un puñado de tiendas y un par de restaurantes), pero tenía una sensación de paz que casi le resultaba extraña.

Una noche, después de un largo día de entrevistas, Patrick conducía de regreso a su hotel cuando vio la lavandería.

Era poco más de medianoche cuando los faros del coche iluminaron las ventanas y allí estaba ella. La niña, sentada sola, abrazando a su osito de peluche.

Verla despertó algo muy profundo en Patrick. ¿Qué hacía una niña en una lavandería a esa hora, sentada sola? Su preocupación lo atormentaba, pero se marchó.

Sin embargo, la noche siguiente algo lo atrajo de nuevo. Aparcó su todoterreno frente a la lavandería y sus ojos se fijaron en la misma pequeña figura.

Estaba allí de nuevo, sentada en la misma silla, agarrando el mismo oso. Esta vez, Patrick no podía marcharse sin más. Salió del coche, entró y el suave sonido de la puerta resonó cuando entró.

La lavandería olía a detergente y azulejos viejos. La niña apenas levantó la vista. Patrick dio un paso hacia adelante, tratando de llamar su atención. “Hola, niña”, dijo suavemente.

Ella no respondió, tenía la mirada fija en el suelo. Patrick dio otro paso más cerca, observándola con la mirada. Podía ver el cansancio en sus ojos, la forma en que su pequeña figura estaba casi engullida por su enorme sudadera con capucha. —¿Estás esperando a alguien? —preguntó de nuevo.

Aun así, no hubo respuesta. Solo silencio.

Antes de que Patrick pudiera volver a preguntar, una mujer mayor detrás del mostrador gritó: “Ella no habla mucho”.

Patrick se dio vuelta y vio a una mujer con mechas plateadas en el pelo negro, que llevaba un delantal descolorido y un suéter largo. “¿Tiene un nombre?”, preguntó Patrick.

—Amara —dijo la mujer mientras se secaba las manos con un trapo.

—Amara, ¿eh? —repitió Patrick, mirando de nuevo a la chica. Se sentó en una silla cercana, todavía preocupado—. ¿Está aquí todas las noches?

La mujer dudó antes de responder, sus ojos brillaban con algo que podría haber sido culpa o tristeza. “Bastante”, dijo.

Patrick se acercó más. “¿Dónde está su familia?”

Los ojos de la mujer se oscurecieron y miró hacia otro lado. “No es mi historia la que debo contar”, dijo simplemente.

Patrick observó a Amara, que todavía no había levantado la vista. Algo en ella le hizo pensar en los chicos que conocía en los eventos benéficos, los que habían pasado por demasiado siendo demasiado jóvenes.

Se puso de pie y se volvió hacia la mujer. “Volveré”, dijo, y por primera vez esa noche, los ojos de Amara se levantaron para encontrarse con los suyos. Fue solo un segundo, pero fue suficiente.

La noche siguiente, Patrick llegó con una bolsa de papel marrón de un restaurante local. La señorita Evelyn, la mujer detrás del mostrador, arqueó una ceja cuando él dejó la bolsa en la mesa. “¿Esto es para ella?”, preguntó, señalando con la cabeza a Amara.

Patrick sonrió. “No es caridad”, dijo. “Solo es una cena”.

La señorita Evelyn lo miró con escepticismo, pero no discutió. Se acercó a Amara, colocó la bolsa a su lado y esperó.

Amara dudó y luego echó un vistazo al interior. Sus pequeños dedos temblaron cuando sacó una hamburguesa y un pequeño recipiente con papas fritas. No le dio las gracias, pero comió.

Patrick se sentó frente a ella y estiró sus largas piernas. “¿Te gustan las hamburguesas?”, preguntó.

Amara asintió levemente, todavía en silencio.

—Yo también —continuó Patrick—. Pero no se supone que deba comer demasiado. Tengo que mantenerme sano, ¿sabes?

Amara dio otro mordisco y una pequeña sonrisa se dibujó en las comisuras de sus labios. Patrick sonrió. “¿Alguna vez has visto fútbol?”, preguntó.

Otro asentimiento.

“¿Tienes un jugador favorito?”, presionó.

Amara se encogió de hombros levemente. Patrick se rió entre dientes. “Apuesto a que no soy yo”.

Los labios de Amara se curvaron en la primera sonrisa real que había visto en ella. Era una pequeña victoria y Patrick la aprovecharía.

Noche tras noche, Patrick volvía. A veces, le traía comida; otras noches, simplemente se sentaba cerca, fingiendo estar ocupado con su teléfono mientras la vigilaba. Poco a poco, Amara comenzó a abrirse. Nunca hablaba mucho, pero dejó de encogerse cuando él se sentaba cerca.

Una noche, notó algo nuevo: Amara tenía un moretón en el brazo, oscuro y reciente. Se le hizo un nudo en el estómago. Se agachó a su lado. —¿Quién hizo esto? —preguntó en voz baja.

Amara se bajó rápidamente la manga, pero Patrick ya lo había visto. “¿Quién hizo esto?”, repitió.

La señorita Evelyn, parada detrás del mostrador, suspiró. “No lo dirá”, murmuró.

Patrick se volvió hacia Amara. “Escucha, niña, no tienes por qué tener miedo. Puedo ayudarte”.

Las manos de Amara agarraron con más fuerza su osito de peluche. Su voz era apenas un susurro. —No puedes —dijo.

A Patrick se le encogió el corazón. Había miedo en sus ojos y eso lo golpeó como un puñetazo. Fuera lo que fuese lo que estaba pasando, era más grande de lo que había imaginado. No iba a irse.

Esa noche, Patrick no pudo dormir. No dejaba de pensar en el moretón, en el miedo en los ojos de Amara y en sus palabras tranquilas: «No puedes». Sabía que había que hacer algo.

La noche siguiente, Patrick fue a ver a la señorita Evelyn. “Tenemos que hablar”, le dijo en voz baja.

La señorita Evelyn suspiró, luciendo agotada. “Pensé que volverías con preguntas”, respondió.

Sterling Mahomes con su jugo de naranja del Super Bowl.

—¿Quién le hizo daño? —volvió a preguntar Patrick.

Dudó antes de responder: “Su mamá lleva semanas desaparecida. Amara no quiere hablar de ello… porque tiene miedo de lo que pueda encontrar”.

Patrick sintió que se le formaba un nudo en el estómago. No se trataba de una simple niña que atravesaba una situación difícil: Amara ocultaba algo mucho más profundo. No solo estaba sola, sino que le aterrorizaba la verdad.

Decidido a ayudar, Patrick llamó al detective Hayes a la mañana siguiente. “Necesito un favor”, dijo Patrick. Hayes no era del tipo amistoso, pero cuando vio la determinación en los ojos de Patrick, escuchó.

Después de un par de días, Hayes llamó a Patrick para contarle un descubrimiento: Rosa Johnson, la madre de Amara, había estado involucrada con un peligroso traficante de drogas local, Tyrone Carter. Había intentado escapar, pero había desaparecido antes de poder salir de la ciudad. Alguien la había secuestrado y Amara se estaba escondiendo de esa misma persona.

Patrick no estaba dispuesto a dejar pasar la situación. Fue tras Tyrone, quien admitió que Rosa le debía dinero a alguien peor: Frankie “Big Frankie” Delado, un hombre que dirigía el negocio clandestino en Willow Creek. Frankie era conocido por encontrar formas de cobrar sus deudas, incluso si eso significaba utilizar a personas como Rosa.

Patrick y Hayes rastrearon a Rosa hasta un almacén, donde la tenían retenida. Entraron a la fuerza, rescataron a Rosa y la llevaron de vuelta a la lavandería, donde Amara la estaba esperando.

Cuando Amara vio a su madre entrar por la puerta, se quedó sin aliento y las lágrimas corrieron por su rostro. Corrió hacia Rosa y se arrojó a sus brazos. “Mamá”, susurró Amara, abrazándola, “creí que te había perdido”.

Patrick lo observó con un nudo en la garganta. Lo había logrado. Había cumplido su promesa.

En las semanas siguientes, Patrick no solo ayudó a una familia, sino que transformó la comunidad. Usó su influencia para crear un centro comunitario, un refugio seguro para familias como la de Amara. El centro se convirtió en un lugar donde los niños podían encontrar apoyo, las madres podían recibir ayuda y las familias podían sanar.

Una noche, mientras Patrick observaba a Amara escribiendo en su cuaderno, supo que no se trataba solo de fútbol o fama. Esto era real. Había marcado una diferencia en la vida de Amara y en la vida de muchas otras personas. Ella ya no era solo la chica de la lavandería: era una escritora, una sobreviviente, y su historia, la historia de ambos, apenas estaba comenzando.

Los hijos de Patrick y Brittany Mahomes en el Super Bowl: ‘El chico ni siquiera hizo la patada inicial’

Pobre Patrick Mahomes.

El pequeño, no el mariscal de campo.

Patrick “Bronze” Lavon Mahomes no pudo ver el comienzo del gran partido de su padre el domingo, a pesar de que él y su hermana mayor, Sterling Skye, estuvieron en el Super Bowl en Las Vegas con su madre.

“El niño ni siquiera hizo el saque inicial”, escribió Brittany Mahomes en una historia de Instagram, donde publicó una foto de su hijo de 14 meses profundamente dormido.

El bebé “Bronce” Mahomes, profundamente dormido en el Super Bowl.

Bronze estaba mucho más animado antes del juego cuando Brittany, la copropietaria del equipo de fútbol Kansas City Current, llevó a los niños al margen de la cancha para desearle suerte a su padre, su tradición previa al juego.

Los niños Mahomes y su madre, Brittany Mahomes, al margen del campo para desearle suerte a papá antes del Super Bowl.

En su suite, Brittany tomó fotografías de Sterling, que cumplirá 3 años la semana que viene, dando vueltas con su vestido de mezclilla de los Chiefs y “brindando” con su mamá con un vaso de jugo de naranja.

Brittany Mahomes y sus hijos, Bronze y Sterling, en el Super Bowl.